miércoles, 17 de diciembre de 2014

LA NAVIDAD EN LA LITERATURA UNIVERSAL.


Obras literarias que resaltan el espíritu navideño o que cuentan historias sucedidas en las fechas navideñas:

TEATRO.

Siglo XI Auto de los Reyes Magos Anónimo

1496 Eglogas representadas en la misma noche de Navidad de Juan del Encina

1503 Auto de los Reyes Magos de Gil Vicente

1527 Auto da feira de Gil Vicente

1896 El cuarto rey mago de Henry Van Dyke; Parfumerie de Miklós László

1947 La estrella de Eugenio Florit

1960 La anunciación de Eugenio Florit; Los Reyes Magos de Eugenio Florit

 

LÍRICA.

1510 Otras suyas que hizo en una fiesta de Navidad estando muy triste de Luis Vivero

1573 Villancico a la misma noche de Cristobal de Castillejo

1612 Nace el Alba María, Las pajas del pesebre, A mi niño Combaten,  Hoy al hielo nacen, De una virgen hermosa de Zagalejos de perla,  La niña a quien dijo el ángel El nombre de Jesús, Canción sacra de Lope de Vega

1860  La hormiga cojita de José González Estrada

1888 Los tres reyes magos de Rubén Darío

1918 Nochebuena de César Vallejo

1940 La virgen María está cansada, De cuan apacible era la belleza de la virgen, De como fue gozoso el nacimiento de Dios Nuestro Señor, De como estaba la luz... de Luis Rosales

1956 Contemplación de un Belén de María Elvira Lacaci,  Déjame al niño de Gloria Fuertes

1967 Los Villancicos de mi catedral , Villancico Nana de los tres reyes magos, Villancico de las ofrendas de Federico Muelas

1978  El camello cojito de Gloria Fuertes

1982 Villancico del hallazgo, Villancico del despertar , Villancico del silencio de Carmen Conde

1988 Villancico de la bruja que quiso ver al Niño, Villancico del capitán Pirata, Villancico de la Barbie muñeca, Villancico de la noticia, Villancico del soldadito de plom , Villancico de Carmiña sonámbula, Villancico del Pavo Real, Villancico del Caracol, Baladilla del posadero de Belén de Carlos Murciano

1995 Hablan los pastores de Gloria Fuertes

1996 Receta para fabricar un nacimiento, Romance del Alcalde de Belén, Villancico triste del posadero de Luis López Anglada

Otros: Nana de la natividad de Juana de Ibarbourou, Nana de Navidad de J. V. Picó, La nanita, canción de cuna del niño Jesús de Juan F. Muñoz Pavón

 
 


NARRATIVA.

1612 Pastores de Belén de Lope de Vega

1816  El Cascanueces de Ernest Theodor Amadeus Hoffman

1832  Nochebuena de Nikolai Gogol

1843 Canción de Navidad de Charles Dickens

1844 El abeto de Hans Christian Andersen

1845 La pequeña vendedora de Fosforos de Hans Christian Andersen

1848 Un árbol navideño y la boda de Fiódor Dostoyevski

1855 La nochebuena del poeta de Pedro Antonio de Alarcón

1861 La leyenda de Maese Pérez el organista de Gustavo Adolfo Becquer

1864 La noche de Navidad de José María de Pereda

1866 Nochebuena en el Marais de Alphonse Daudet

1871 Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano

1875 La Nochebuena de Periquín de Isidoro Fernández Flórez

1876 El árbol de Navidad celeste de Fiódor Dostoyevski

1880 Ben-Hur, un cuento de los tiempos de cristo, Parte I de Lewis Wallace

1882 Cuento de Navidad de Guy de Maupassant; Una cena de Nochebuena de Guy de Maupassant

1883 El espejo torcido, El espejo curvo de Antón Chejov

1884 El suplicio de año nuevo de Antón Chejov

1885 El signo de admiración de Antón Chejov

1886 Vanka de Anton Chejov; La noche mala del diablo de Leopoldo Alas Clarín

1887 El premio gordo de Vicente Blasco Ibáñez; La almohadita del niño Jesus de Luis Coloma; La noche buena en el mar de Luis Bonafoux

1888 Cuento de Nochebuena de Rubén Darío

1889 El gigante egoísta de Oscar Wilde; La mula y el buey de Benito Pérez Galdós

1891 El rey Baltasar de Leopoldo Alas Clarín

1895 El regalo de Navidad de Grazia Deledda

1896 Navidad en el Rihn de Luigi Pirandello

1902                   Noche de reyes de José Ortega Munilla

1902 Cuentos de Navidad y Reyes; Cuentos de Navidad y Año Nuevo de Emilia Pardo Bazán

1903 La adoración de los reyes de Ramón María del Valle Inclán

1904 Vida y aventuras de Santa Clauss]] de Lyman Frank Baum

1906 El regalo de los reyes magos, Cumplidos pascuales, Un regalo navideño en el Chaparral de O. Henry

1913 Los tres padrinos de Peter B. Kyne

1915 Nochebuena de Joaquín Dicenta

1928 La mujer de obispo de Robert Nathan

1939 Un amor para recordar de Mildred Cram; Navidades trágicas de Agatha Christey

1940 Navidades en Ganímedes Isaac Asimov

1941 Conoce a Juan Nadie de Richard Connel and Robert Presnell

1943 El ragalo más hermoso de Philip Van Dorent Stern

1947 Milagro en la calle 34 de Valentine Davis; Cuentos de fin de año de Ramón Gómez de la Serna

1950 Las Crónicas de Narnia de C. S. Lewis

1956 Un recuerdo Navideño de Truman Capote; Lo que llevaba el rey Gaspar de Azorín

1957 Tenemos una estrella de Concha Castroviejo

1958 Rastro de Dios de Monserrat del Amo

1962 El deseo de Navidad de Pat Hobby de Francis Scott Fitzgerald

1973 Papa Noel de Raymond Briggs

1976 Cartas a Papa Noel de J. R. R. Tolkien; Cuento de Navidad de Vladimir Nabokov

1977 El mejor regalo de Rita van Bilsen

1980 Carta del abuelo a los reyes magos de Fernando Carratalá; La canción del pastorcillo de Štěpán ZavŘel

1983 Una Navidad de Truman Capote

1984 Un niño ha nacido de Jindra Čapek

1985 El expreso polar de Chris van Allsburg; La oveja negra de Elisabeth Heck

1987 El muñeco de Nieve de José González Torices; El general de chocolate de José González Torices

1990 El cuento de Navidad de Auggie Wren de Paul Auster

1991 El cuarto rey mago de Willi Fährmann

1992 El cartero simpático de Navidad de Janet Ahlberg y Allan Ahlberg

1993 Esta Navidad siniestra de Gabriel García Márquez

1995 Mateo y los reyes magos de Fernando Alonso; El Belén que puso dios de Enrique Monasterio; Noche de Paz de Mary Higgins Clark

1997 Cuento de Navidad de Ray Bradbury

2005 Ituku, un viaje de Navidad de Elena Pasquail

2011 El cuento de Baboushka: Un cuento tradicional de Navidad ; Niños de Belén de Elena Pasquail

2012 Los animales de Navidad de Elena Pasquail

2013 Regalo de Reyes de Jesús Zamora Bonilla

Otros: El primero del año de Colette; Navidades en los Andes de Ciro Alegría; El premio gureso de Eduardo del Palacio
 
 
 
 

LOS TRES REYES MAGOS
Rubén Darío
 
-Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: La vida es pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina Estrella!

-Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
Existe Dios. Él es la luz del día.
La blanca flor tiene sus pies en lodo.
¡Y en el placer hay la melancolía!

-Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro
que existe Dios. Él es el grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la Muerte.

-Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.
Triunfa el amor y a su fiesta os convida.
¡Cristo resurge, hace la luz del caos
y tiene la corona de la Vida!
 

HABLAN LOS PASTORES
Gloria Fuertes
 
¡Ya está bien!
¡Ya está bien,
que se nos va a helar!
¡Tanto adorar al chaval
y nadie tiene cojones
de darle sus pantalones,
sus sayas
o su morral!
 
¡Tanta mirra
y tanto incienso,
y él desnudito entre el pienso!
 
Pienso…
Pienso que nadie le quiere:
su tiritera me hiere
en esta noche tan puta.
 
¡Muchachos, traed viruta,
que vamos a hacer una hoguera,
antes de que se nos muera
de frío la salvación!


CANCIÓN DE CUNA AL NIÑO JESÚS
Juan F. Muñoz Pavón
 
¡A la nanita, nana,
nanita, ea!
Mi Jesús tiene sueño,
¡Bendito sea!
Pimpollo de canela,
lirio en capullo; duérmete, mi vida,
mientras te arrullo.
Fuentecilla que corres,
clara y sonora; ruiseñor que en la noche
cantando llora...
Cantad mientras la cuna
se balancea:
¡A la nanita, nana,
nanita, ea!
Manojito de rosas
y de alhelíes,
¿qué es lo que estás soñando
que te sonríes?
Pajaritos y fuentes,
auras y brisas,
¡respetad ese sueño
y esas sonrisas!
Callad mientras la cuna
se balancea.
¡Qué el Niño está soñando!
¡Bendito sea!
¡Ea!
¡A la nanita, nana,
nanita, ea!
¡Ea!
 
NOCHEBUENA
César Vallejo
 
Al callar la orquesta, pasean veladas
sombras femeninas bajo los ramajes,
por cuya hojarasca se filtran heladas
quimeras de luna, pálidos celajes.

Hay labios que lloran arias olvidadas,
grandes lirios fingen los ebúrneos trajes.
Charlas y sonrisas en locas bandadas
perfuman de seda los rudos boscajes.

Espero que ría la luz de tu vuelta;
y en la epifanía de tu forma esbelta,
cantará la fiesta en oro mayor.

Balarán mis versos en tu predio entonces,
canturreando en todos sus místicos bronces
que ha nacido el niño-Jesús de tu amor.

viernes, 5 de diciembre de 2014

LA INDUSTRIA DE LA POESIA

Giovanni Papini
New Parthenon, 27 mayo

He renunciado, desde hace tiempo, a todas mis direcciones y participaciones industriales para comprarme la cosa más cara -en sentido económico y moral- del mundo: la libertad. Un lujo que no está al alcance, hoy, ni siquiera de un simple millonario. Supongo que soy uno de los cinco o seis hombres aproximadamente libres que viven en la Tierra.
 
Pero cuando uno se ha entregado al vicio de los negocios durante tantos años, es casi imposible conseguir que éste no vuelva a recrudecer. El año pasado me vino el deseo de crear una pequeña industria con objeto de poder sustraerme a la tentación de volver a ocuparme de las grandes y pesadas. Quería que fuese absolutamente «nueva», y que no exigiese demasiado capital.
 
Se me ocurrió entonces la poesía. Esta especie de opio verbal, suministrado en pequeñas dosis de líneas numeradas, no es ciertamente una sustancia de primera necesidad, pero lo cierto es que algunos hombres no pueden prescindir de ella. Ninguno ha pensado, sin embargo, en «organizar» de un modo racional la fabricación de versos. Ha sido siempre dejado al capricho de. la anarquía personal. La razón de esta negligencia se halla, probablemente, en el hecho de que una industria poética, aunque floreciente, daría beneficios bastante modestos, bien sea por la dificultad -no digo imposibilidad- de adoptar máquinas, bien por la escasez de consumo de los productos.
 
Para mí no se trataba de un asunto de dinero, sino de curiosidad. El financiamiento necesario era mínimo, los gastos de instalación casi nulos. Sabía que era preciso recurrir, para esta nueva empresa, a skilled workers; pero tales individuos son numerosos, sobre todo en Europa. Me dediqué a buscarlos. Noté en muchos de éstos una extraña repulsión al oír mis ofrecimientos, originada por la idea de trabajar regularmente a sueldo de un jefe de la industria. Por otra parte, no había necesidad de realizar una recluta demasiado vasta, tratándose de un simple experimento sin finalidad de lucro. 
 
Conseguí contratar cinco, todos ellos jóvenes, menos uno, y discípulos de las Escuelas más modernas. Instalé el pequeño taller en mi villa de la Florida, con dos siervos negros y dos mecanógrafas; hice montar una pequeña tipografía y esperé los primeros frutos de mi iniciativa. Los cinco poetas eran alimentados, alojados y servidos, disfrutaban de una pequeña asignación mensual y tenían derecho a un ligero tanto por ciento sobre los eventuales beneficios. El contrato duraba un año, pero era renovable para igual período de tiempo.
 
En los primeros meses ya comenzaron los fastidios y las dificultades. Uno de los poetas me escribió que tenía necesidad de drogas costosas para inspirarse y su sueldo no le bastaba; una de las mecanógrafas, la más joven, presentó la dimisión porque los cinco obreros no la dejaban en paz;' otro poeta me pidió una pequeña orquesta para favorecer la visita de las musas, pero se tuvo que contentar con un gramófono y seis docenas de discos; el tercer poeta se lamentaba de la falta de vino y de libros; los otros dos, según me escribió la mecanógrafa que se había quedado, no hacían más que discutir desde la mañana hasta la noche, envueltos en nubes de humo. Naturalmente, no contesté a ninguno.
 
Transcurridos seis meses hice, como establecía el contrato mi primera visita al establecimiento de la Florida y llamé, uno tras otro a mis poetas.
 
El primero que se presentó en la sala de la dirección fue Hipólito Cocardasse, francés, disertador de la escuela «Dada» y que había sido pescado, naturalmente, en Montparnasse. Pequeño, moreno. calvo, pero provisto de una barba rabiosa, muy reluciente desde el círculo de los lentes hasta los zapatos, parecía, más bien que poeta, un agente de policía que acabase de llegar de una prefectura de provincias.
 
-Nos recomendó usted, a mí y a mis otros colegas -dijo-, que creásemos un tipo nuevo, adaptado internacional. Je me flatte d'avoir réussi au delá de vos espérances. Usted sabe que cada lengua tiene su musicalidad propia y que ciertas palabras incoloras o sordas tienen una sonoridad admirable traducidas a las de otra lengua. Servirse, pues, de una sola lengua para escribir poesía es ponerse en condiciones difíciles para obtener esa variedad y riqueza musical que es el verdadero fin de la lírica pura. He pensado, por tanto, en componer mis versos eligiendo aquí y allá entre las principales lenguas las palabras y las expresiones que mejor se prestan para la realización armónica del misterio poético. Ahora las personas cultas conocen cinco o seis idiomas europeos y no hay peligro de no ser comprendido. Añada que la Sociedad de las Naciones admitirá con gusto bajo su patronato estos primeros ensayos de poesía políglota. Dante había insertado, en diferentes puntos de la Divina Comedia, versos en latín, en provenzal y en jerga satánica, pero se hallaban casi ahogados en la superabundancia del idioma vulgar. Yo, en cambio, mezclo palabras de lenguas diferentes en el mismo verso. y cada verso está construido con mezclas del mismo género. Voild mon point de départ et voici mes premiers essais. Jugez vous meme.
 
Y al decir esto, Cocardasse me presentó algunas hojas de gran tamaño, acompañadas de una sonrisa y una reverencia. El título de la primera poesía decía:,

Gesang of a perduto amour, Y leí los primeros versos::

Beloved carinha, mein Wettschmerz Egorge mon time en estas soledades, Muy tired heart, Raju presvétlyj Muore di gioia, tel un démon au ciel. Lieber himmel, castillo de los Dioses, Quaris quot, durerd this fun desespére? Aquadrvak Chic drévo zizni...

Mi ignorancia lingüística me impidió seguir. Miré a la cara, en silencio, al poeta Cocardasse. -¿Tal vez no le parece equitativa la proporción de cada lengua? Sin embargo, en el reparto he llevado una cuenta proporcional de los siglos de pasado literario, de la importancia demográfica y política...
Comprendí que era inútil discutir con semejante imbécil.
 
-Continúe su trabajo -le dije-, a fin de año veremos hasta qué punto la poesía políglota es susceptible de una amplia venta.
 
Despedido Cocardasse, fue introducido Otto Muttermann de Stuttgart. Un monumento de una altura de doscientos metros que, desde hacía medio siglo, se había alzado atrevido sobre la Tierra, no ciertamente para adornarla, sino para iluminarla. Parecía nacido del cruce de un buey con una leona, y su cabellera, todavía larga, todavía rubia y todavía despeinada, como en los tiempos míticos de Thor y del Sturm und Drang, era el mayor de sus títulos en la profesión poética. Era, además de poeta, metafísico, filósofo de la historia y un poco asiriólogo; en el conjunto, un buen hombre, aunque sus ojos de mayólica azulada no fuesen siempre tranquilizadores. Le habría confiado un millón, pero no le habría recibido sin un revólver en el bolsillo.
 
-Aunque de pura raza germánica -comenzó diciendo Muttermann con aire solemne-, he admirado siempre el pensamiento del francés Joubert, que dice exactamente así: S'il y a un homme tourmenté par la maudite ambition de mettre tout un livre dans una page, toute una page dans une phrase, cette phrase dans un mot, c'est moi. De este pensamiento he hecho, en lo que a mí se refiere, un imperativo categórico. El defecto de mis compatriotas es la prolijidad y no se puede ser grande más que librándose de las costumbres medias de la propia raza. Además, la poesía debe ser la destilación refinada de una gota de perfume potente de una masa enorme de hierba y de flores.
 
»Mi vida es fidelidad a este programa. A los veinte años concebí una epopeya lírica y filosófica que debía contener no sólo mi Weltanschauung, sino de paso, la revolución histórica de la Humanidad en torno al mito central de Rea-Cibeles. A los treinta años tenía el poema terminado, pero era demasiado largo: cincuenta mil seiscientos versos. Fue entonces cuando descubrí el profundo aforismo de Joubert. Trabajé todavía con la lanceta y la lima, a los treinta y cinco años, los versos ya no eran más que diez mil y lo esencial estaba salvado. A los cuarenta años conseguí reducirlo a cuatro mil, a los cuarenta y seis no había más que dos mil trescientos versos. A los cincuenta, cuando llegué aquí, había conseguido condensarlo en setecientos veinte; y ahora, gracias a su generosa hospitalidad, mi sueño ha sido realizado: mi epopeya se halla condensada en una sola palabra, palabra mágica, quintaesenciada, que todo lo abraza y lo expresa. A usted ofrezco el resultado de mis treinta años de fatigante forcejeo en el camino de la perfección.
 
Y al decir eso puso sobre mi mesa un papel. Lo miré. En el centro de la página, trazada con una elegante escritura bastarda, había esta palabra:.
 
Entbindung
 
Nada más. El resto de la hoja estaba en blanco. Otto Muttermann debió de darse cuenta de mi perplejidad.
 
-¿No encuentra usted tal vez en esta palabra, preñada de un mundo, los infinitos sentidos que resumen el destino de los hombres? Binden, atar, el mito de Prometeo, la esclavitud de Espartaco, la potencia de la religión (de «religar»), los abusos de los tiranos, la Redención y la Revolución. Pero aquel prefijo da el otro aspecto del drama cósmico. Entbindung es desenvolvimiento y parto. Es la salvación de los vínculos, es el nacimiento milagroso del Dios mártir, la gestación triunfante de la Humanidad libertada, al fin, de los mitos y de las leyes Aquí está comprendida la doble respiración del dios de Plotino y al mismo tiempo las vicisitudes universales de la Historia: ¡conquista y revolución, servidumbre y libertad!
 
Los ojos de Muttermann comenzaban a lanzar chispas. Creí prudente admirar su síntesis, con la secreta esperanza de que una agravación de su manía me permitiese legalmente transferirlo a un asilo de enfermedades mentales.
 
El tercer poeta era uruguayo y procedía de la escuela «ultraísta». Carlos Cañamaque era jovencísimo, rubísimo y timidísimo. Sus ojos negros de betún caliente resaltaban como una doble sorpresa en aquella palidez y en aquel rubio.
 
-Yo también -me dijo- he intentado hacer algo un poco distinto de la poesía acostumbrada. La poesía pura, en Italia y Francia, tiene ahora su técnica: todo el encanto poético reside únicamente en la armonía de las palabras, independientemente del sentido. Yo he intentado redimirla íntegramente de todo significado, yendo más allá que los poetas puros, que conservan siempre, aunque envuelto en oscuridad, un residuo de contenido emotivo o conceptual. Aquí las palabras están asociadas únicamente a causa de su valor fonético y evocativo, sin ningún ligamento lógico que pueda atenuar o desviar el contrapunto sonoro. Lea, como ensayo, este madrigal.
 
No pude menos de leer
 
Lienzo, sombra, suspiro
Amarillas, misterios, desierto
Huella, palabra, doliente,
Tiro Faraón, corazón, labios, huerto.
 
Mi paciencia, puesta a prueba por los dos anteriores poetas, esta vez vaciló.
 
-¿Y cree usted, señor Cañamaque -grité-, que habrá bastantes imbéciles en el mundo para dar su dinero a cambio de este ridículo deshilachamiento de palabras? Le he dado orden de escribir poesías y no extractos de vocabularios. Usted cree poder engañarme, pero aquí hay un motivo suficiente para la rescisión del contrato. Desde hoy no pertenece usted a la fábrica. ¡Márchese!
 
El pobre Cañamaque bajó sus grandes ojos de antracita líquida y murmuró con tristeza:
 
-Así han sido tratados siempre los descubridores de mundos nuevos.
 
Y dignamente salió, sin ni siquiera saludarme.
 
El cuarto poeta que se me presentó delante era un ruso, uno de esos emigrados que se han esparcido por Europa y América, felices de poder hacer al mismo tiempo de occidentalistas y de desterrados. El conde Fedia Liubanoff podía tener, a lo más, treinta y cinco años, pero la vida que había llevado en los cafés de Mónaco y de París le había envejecido antes de tiempo. La cara tenía la consagrada moldeadura mongólica de los moscovitas, y una perilla blanquecina y rojiza le daba un aire premeditadamente diabólico. Le temblaban siempre los manos, por el terror de una condena a muerte no cumplida, decía él; por el uso inmoderado del vodka, decían sus amigos.
 
-Señor Gog - comenzó-, no haré largos preámbulos. Es usted demasiado sutil para tener necesidad de comentarios anticipados. Le recordaré únicamente una verdad que no habrá escapado seguramente a su inteligencia. Toda poesía tiene dos autores; el poeta y el lector. El poeta sugiere y suscita; el lector llena, con su sensibilidad personal y con sus recuerdos, lo que el poeta ha simplemente bosquejado. Sin esta colaboración la poesía no puede concebirse. Un poeta que ofrece mil versos para describir una batalla o un crepúsculo no conseguirá nunca hacer comprender algo a un palurdo o a un ciego. Pero, desde hace algún tiempo, los poetas se dejan vencer por la superabundancia; digamos únicamente que tratan de rehacer y violentar el yo de su colaborador necesario. Quieren decir demasiado y no dejan sitio para la obra del lector, para aquella integración personal que forma el mayor atractivo de la poesía. Los japoneses, raza genial y aristocrática, han conseguido llegar a hacer poesías de ocho o nueve palabras. Pero es demasiado aún. He querido dar un paso más. He aquí mi libro.
 
Era un pequeño volumen encuadernado en piel roja. Lo abrí y comencé a hojearlo. Cada página llevaba, en la parte superior, un título Lo demás estaba vacío.
 
-Vea -añadió Liubanoff-, he querido reducir al mínimo la sugestión del poeta. Cada poesía mía se compone únicamente del título: es un tema ofrecido a la meditación individual, un «la» para la creación múltiple y siempre nueva. Mi primera poesía, por ejemplo, se titula: «Siesta del ruiseñor abandonado.» Hay todos los elementos para la eflorescencia poética. La «siesta» le da la estación y la hora; el «ruiseñor» le evoca toda la música, todo el amor; y ese «abandonado» le induce a elaborar los temas eternos de la traición y del dolor. Reflexione algunos minutos sobre este título y poco a poco en su alma surge y se desenvuelve el canto maravilloso que yo quería sugerir, de manera que cada lector se convierte verdaderamente, gracias a mí, en un creador. Y las creaciones serán tantas cuantos sean los lectores. Y cada vez se puede crear una poesía nueva, que sacia y contenta mejor que podrían hacerlo las sobadas lucubraciones de un extraño.
 
No tuve ni siquiera fuerza para enfadarme. Reconocí lealmente que el experimento había fracasado, que la fábrica había constituido un desastre. No quise siquiera ver al quinto poeta.
 
La misma noche me marché, y, al terminar el año, todo el personal, comprendidos los poetas, fue licenciado. Es la primera vez en mi vida que me falla tan vergonzosamente mi olfato en el business. Y comienzo a comprender por qué el viejo Platón quería arrojar a los poetas de su república. En este negocio he experimentado una pérdida de sesenta y dos mil dólares.
 
(Este texto forma parte de la novela GOG de GIOVANNI PAPINI)
 
 

GIOVANNI PAPINI




(Florencia, 1881 - 1956) Escritor y poeta italiano. Fue uno de los animadores más activos de la renovación cultural y literaria que se produjo en su país a principios del siglo XX, destacando por su desenvoltura a la hora de abordar argumentos de crítica literaria y de filosofía, de religión y de política.
Nacido en una familia de condiciones humildes y de formación autodidacta, fue desde muy joven un infatigable lector de libros de todo género y asiduo visitante de las bibliotecas públicas, donde pudo saciar su enorme sed de conocimientos. Obtuvo el título de maestro y trabajó como bibliotecario en el Museo de Antropología de Florencia, pero a partir de 1903, año en que fundó la revista Leonardo, se volcó con polémico entusiasmo en el periodismo.
Esta publicación se convirtió enseguida en un instrumento de lucha contra el positivismo que imperaba en el pensamiento filosófico italiano y, al mismo tiempo, contribuyó a difundir el pragmatismo. Ese mismo año se convirtió en redactor jefe del diario nacionalista Regno, mientras que en 1908, finalizada ya la andadura de Leonardo, empezó a colaborar activamente en La Voce, convirtiéndose en uno de los representantes más inquietos y ruidosos del movimiento filosófico y político que surgió en Florencia alrededor de esa revista.
 
 
 
 
Más tarde fundó también Anima (1911) y Lacerba (1913), de orientación más literaria y donde durante un tiempo defendió las tendencias futuristas de F.T. Marinetti. Agnóstico, anticlerical, pero no obstante siempre abierto a nuevas experiencias espirituales, su actividad periodística le permitió dar rienda suelta a su afición de sorprender y escandalizar a los lectores y de arremeter contra personajes más o menos famosos
Su primera obra narrativa fue Un hombre acabado (1912), en la que describió su azarosa juventud y donde los retratos paisajísticos de su Florencia natal revelan, como en otros libros, las verdaderas dotes del Papini escritor. Afectado por la dura experiencia de la Primera Guerra Mundial, se convirtió al catolicismo empujado por la necesidad de encontrar certezas definitivas y absolutas.
Este cambio espiritual, que causó polémicas en su entorno, fue el germen de Historia de Cristo (1921), libro que alcanzó un enorme éxito a pesar de que algunos le acusaron de ser un gran manipulador de las ideas que se adaptaban al momento. En esta misma línea caracterizada por una heterodoxia que irritaba por igual a ateos y creyentes escribió San Agustín (1929), Gog (1931), El Diablo (1943), Cartas del papa Celestino VI a los hombres (1946), un papa imaginario del que se sirve para lanzar un mensaje de paz y fraternidad, y sobre todo Juicio Universal, en el que trabajó casi toda su vida y que se publicó póstumamente.
De su prolífica obra crítica cabe destacar Dante vivo (1933) o Grandezze di Carducci (1935), mientras que Cento pagine di poesie (1915) y Opera prima (1917) figuran entre sus mejores libros de poesía.

 


 
HAY UN CANTO EN MÍ

Hay un canto en mí que mi boca jamás pronunciará - que no escribirá mi mano en ningún trozo de papel.

Hay un canto en mí que debo escuchar yo solo, que debo padecer y soportar solamente yo.

Hay un canto preso en mis venas como los celestiales adagios del argentado órgano - hay un canto que como la raíz del gladiolo no florecerá bajo el alud.

Hay un canto en mí que estará siempre en mí.

Si este canto saliera de mi corazón, quebraría mi corazón.

Si este canto escribiera mi mano, ninguna otra palabra escribiría mi mano.

Este canto no se dirá sino en la última hora de mi vida; este canto será el inicio de una feliz agonía.

Hay un canto en mí que no puede salir de mí porque no se han creado aún las palabras necesarias.

Un canto sin medida y sin tiempo; sin ritmo y sin leyes.

Un canto sin ningún sosiego y que astillaría cualquier lenguaje.

Un canto inatendible sin que el alma se intimide por la sorpresa y se coloree de otro sol.

Un canto más respirado que dicho, más presentido que expresado: son de luces, rayo de acordes.

Un canto sin ansias de música porque sería más melodioso que cualquier otro instrumento conocido.

En mi corazón inmenso, que por días abarca el universo, a este canto, le cuesta quedarse adentro. En los minutos más angustiantes de la vida, este canto querría derramarse de mi corazón demasiado estrecho como el llanto de los ojos de quien se llora a sí mismo. Pero lo rechazo y lo engullo, pues junto a él también la sangre de mi corazón se derramaría con la misma furia voluptuosa. Lo encierro en mí mismo porque no quiero morir aún.

Soy una víctima dulce de este canto divino y homicida. Debo cerrar el corazón como la puerta de una cárcel y sofocar sus latidos sobrehumanos como si fueran remordimientos. Y ser, con toda mi ternura, el hombre feroz al que no se acercan los débiles.

Porque mi canto sería un aterrador canto de amor, y ese amor abrasaría todo lo que toca.

El amor que solo cobija es apenas tibio, pero el verdadero amor en el mismo soplo besa y destruye.

Este amor resplandecería tanto de candente avidez que ese día la tierra iluminaría al sol y la medianoche sería más ardiente que el mediodía más ardiente.

Pero yo no cantaré jamás este canto terrible que me consume sin que nadie tenga compasión de mi tormento.

Yo no cantaré jamás este canto maravilloso del que mi temor reniega y que espanta mi debilidad.

No cantaré este canto porque nadie podría sustentar la infinita, la desgarrante, la dolorosa dulzura.
 
 
Lea "La plegaria del buzo" de Giovanny Papini en