SÍNTESIS:
Poeta español nacido en Sevilla en 1902. Perteneció a una familia acomodada
donde respiró una atmósfera de estricta disciplina y desafecto reflejada en su
carácter tímido, introvertido y amante de la soledad. Estudió Derecho y
Literatura Española. Lírico exquisito, fue encasillado entre los representantes
de la «Poesía pura». En 1925 comenzó a frecuentar el ambiente literario,
haciendo amistad con los más destacados poetas de su generación: Alberti,
Aleixandre, Prados, y García Lorca, entre otros. Exiliado después de la
guerra civil, fue profesor de Literatura en Glasgow, Cambridge, Londres, Estados
Unidos y México, donde falleció en 1963.
BREVE BIOGRAFÍA: (Sevilla, 1904 - Ciudad de
México, 1963) Poeta español, una de las figuras fundamentales de la Generación
del 27. Su obra se inscribe dentro de una corriente que muchos han calificado
de neorromántica, pues la sensibilidad, melancolía y dolor que destila su
poesía se halla siempre dentro de unos límites de serena contención, a la
manera de G. A. Bécquer, pero con características matizadas por una aguda
actitud de la mente, rasgo esencial de la generación a la que perteneció.
Estudió derecho en su ciudad natal bajo la dirección de Pedro Salinas, de quien
fue discípulo y quien orientó, asimismo, sus primeros pasos de poeta. De su
inicial inclinación a la soledad y al nihilismo evolucionó hacia una actitud de
íntima y acogedora espiritualidad. Así, los poemas "Atardecer en la
catedral" y "La visita de Dios" señalan, según J.M. Valverde,
"el término de la evolución de un ambiente español, desde un ideario
exquisito y minoritario hasta una emoción a la vez religiosa y socialmente
humana".
Retrato de Luis Cernuda dibujado por Gregorio Prieto.
El poeta formó parte de la Generación del 27,
y su obra "La realidad y el deseo" es una de las más brillantes
creaciones de la lírica del s. XX escrita en castellano.
En diferentes momentos de su vida dio clases
de español en la universidad de Toulouse, en Inglaterra y en Estados Unidos.
Sus primeras obras marcan un itinerario que desembocó en una estrecha afinidad
con los poetas surrealistas. Esta etapa, que dio comienzo con Perfil del
aire (1927) y Égloga, elegía, oda (1928) logra su mayor expresión y
madurez en Un río, un amor (1929) y Los placeres prohibidos
(1931), libros en los que ya se muestra, en todo su esplendor, un Cernuda enamorado
y rebelde, orgulloso de su diferencia.
En sus volúmenes siguientes arraigó con
originalidad y dominio la tradición romántica europea: Donde habite el
olvido (1934), Invocaciones (1935). Los títulos que aparecieron a
partir de este momento, más los ya publicados, fueron engrosando su obra
poética completa bajo el sugestivo rótulo de La realidad y el deseo
(1936); en 1964 se publicó póstumamente la edición número cuarenta.
SU POESÍA: Cernuda tiene un concepto muy
riguroso de la poesía, que para él es un oficio, una vocación que no admite que
se le dé “devoción secundaria ni compartida”. “El instinto poético -escribe en
otra ocasión- se despertó en mí gracias a la percepción más aguda de la
realidad, experimentando, con un eco más hondo, la hermosura y la atracción del
mundo circundante.” Y, de nuevo, es el propio testimonio del poeta el que nos
sirve para “catalogar” su obra: “...la esencia del problema poético, a mi
entender, la constituye el conflicto entre realidad y deseo, entre apariencia y
verdad, permitiéndonos alcanzar algún vislumbre de la imagen completa del mundo
que ignoramos.” La realidad y el deseo, pues, está atravesada por un
conflicto nuclear: la oposición entre las aspiraciones del escritor y el
entorno -vital, social, etc.- circundante. En cuanto a su estilo, el lenguaje
poético de Cernuda se caracteriza por su suma elegancia, unida a una conciencia
muy nítida de los límites, alcance y construcción del poema: “No habrá escritor
en España, de la clase que sea, si es realmente escritor, manejador de palabras
-escribió Federico García Lorca-, que no quede admirado del encanto y
refinamiento con que Luis Cernuda une los vocablos para crear su mundo poético
propio.” Profundo admirador de Garcilaso y de Bécquer, Cernuda aprendió de ellos
la claridad de la expresión, la justeza en el poema, evitando tanto “lo
pedantesco” como “lo ingenioso” y “la bonitura y lo superfluo” -son sus
palabras-, todo en beneficio de la “la línea del poema, [del] dibujo de la
composición”.
LUIS CERNUDA
Adolescente fui en días idénticos a nubes...
Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.
Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;
aquel fui, aquel fui, aquel he sido...
era la ignorancia mi sombra.
Ni gozo ni pena; fui niño
prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales como cielos,
sueño luego, un sueño más alto que la vida.
Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la adolescencia,
ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.
Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.
Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;
aquel fui, aquel fui, aquel he sido...
era la ignorancia mi sombra.
Ni gozo ni pena; fui niño
prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales como cielos,
sueño luego, un sueño más alto que la vida.
Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la adolescencia,
ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.
El tiempo,
insinuándose en tu cuerpo,
tal la nube de polvo en fuente pura,
aquella gracia antigua desordena
y clava en mí una pena silenciosa.
Otros antes que yo vieron un' día,
y otros luego verán, cómo decir
la amada forma esbelta, recordando
de cuánta gloria es cifra un cuerpo hermoso.
Pero la vida sólo la aprendemos,
y placer y dolor se ofrecen siempre
tal mundo virgen para cada hombre.
Así mi pena inculta es nueva ahora.
Nueva como lo fuese al primer hombre,
que cayó con su amor del paraíso
cuando viera, tal cielo ya vencido
por sombra, envejecer el cuerpo amado.
tal la nube de polvo en fuente pura,
aquella gracia antigua desordena
y clava en mí una pena silenciosa.
Otros antes que yo vieron un' día,
y otros luego verán, cómo decir
la amada forma esbelta, recordando
de cuánta gloria es cifra un cuerpo hermoso.
Pero la vida sólo la aprendemos,
y placer y dolor se ofrecen siempre
tal mundo virgen para cada hombre.
Así mi pena inculta es nueva ahora.
Nueva como lo fuese al primer hombre,
que cayó con su amor del paraíso
cuando viera, tal cielo ya vencido
por sombra, envejecer el cuerpo amado.
LUIS CERNUDA
Cómo llenarte, soledad...
Cómo llenarte, soledad, sino contigo misma... De niño, entre las pobres guaridas de la tierra, quieto en ángulo oscuro, buscaba en ti, encendida guirnalda, mis auroras futuras y furtivos nocturnos, y en ti los vislumbraba, naturales y exactos, también libres y fieles, a semejanza mía, a semejanza tuya, eterna soledad. Me perdí luego por la tierra injusta como quien busca amigos o ignorados amantes; diverso con el mundo, fui luz serena y anhelo desbocado, y en la lluvia sombría o en el sol evidente quería una verdad que a ti te traicionase, olvidando en mi afán cómo las alas fugitivas su propia nube crean. Y al velarse a mis ojos con nubes sobre nubes de otoño desbordado la luz de aquellos días en ti misma entrevistos, te negué por bien poco; por menudos amores ni ciertos ni fingidos, por quietas amistades de sillón y de gesto, por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma, por los viejos placeres prohibidos como los permitidos nauseabundos, útiles solamente para el elegante salón susurrado, en bocas de mentira y palabras de hielo. Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona que yo fui, que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones; por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos, limpios de otro deseo, el sol, mi dios, la noche rumorosa, la lluvia, intimidad de siempre, el bosque y su alentar pagano, el mar, el mar como su nombre hermoso; y sobre todo ellos, cuerpo oscuro y esbelto, te encuentro a ti, tú, soledad tan mía, y tú me das fuerza y debilidad como el ave cansada los brazos de la piedra. |
Acodado
al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones, contemplo sus blancas caricias; y erguido desde cuna vigilante soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres, por quienes vivo, aún cuando no los vea; y así, lejos de ellos, ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres, roncas y violentas como el mar, mi morada, puras ante la espera de una revolución ardiente o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista. Tú, verdad solitaria, transparente pasión, mi soledad de siempre, eres inmenso abrazo; el sol, el mar, la oscuridad, la estepa, el hombre y su deseo, la airada muchedumbre, ¿qué son sino tú misma? Por ti, mi soledad, los busqué un día; en ti, mi soledad, los amo ahora.
¿Mi
tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi
gente?
Mi gente eres tú.
El
destierro y la muerte
para mi están adonde no estés tú.
¿Y
mi vida?
Dime, mi vida, ¿qué es, si no eres tú? |
LUIS CERNUDA
Dans ma péniche
Quiero vivir cuando el amor muere; muere, muere pronto, amor mío. Abre como una cola la victoria purpúrea del deseo, aunque el amante se crea sepultado en un súbito otoño, aunque grite: Vivir así es cosa de muerte. Pobres amantes, clamáis a fuerza de ser jóvenes; sea propicia la muerte al hombre a quien mordió la vida, caiga su frente cansadamente entre las manos junto al fulgor redondo de una mesa con cualquier triste libro pero en vosotros aún va fresco y fragante el leve perejil que adorna un día al vencedor adolescente. Dejad por demasiado cierta la perspectiva de alguna nueva tumba solitaria. Aún hay dichas, terribles dichas a conquistar bajo la luz terrestre. Ante vuestros ojos, amantes, cuando el amor muere, vida de la tierra y la vida del mar palidecen juntamente; el amor, cuna adorable para los deseos exaltados, los ha vuelto tan lánguidos como pasajeramente suele hacerlo el rasguear de una guitarra en el ocio marino y la luz del alcohol, aleonado como una cabellera; vuestra guarida melancólica se cubre de sombras crepusculares todo queda afanoso y callado. Así suele quedar el pecho de los hombres cuando cesa el tierno borboteo de la melodía confiada, y tras su delicia interrumpida un afán insistente puebla el nuevo silencio. Pobres amantes, ¿de qué os sirvieron las infantiles arras que cruzasteis, cartas, rizos de luz recién cortada, seda cobriza o negra ala? |
Los
atardeceres de manos furtivas,
el trémulo palpitar, los labios que suspiran, la adoración rendida a un leve sexo vanidoso, los ay mi vida y los ay muerte mía, todo, todo, amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve.
Oh,
amantes,
encadenados entre los manzanos del edén, cuando el amor muere, vuestra crueldad; vuestra piedad pierde su presa, y vuestros brazos caen como cataratas macilentas, vuestro pecho queda como roca sin ave, y en tanto despreciáis todo lo que no lleve un velo funerario, fertilizáis con lágrimas la tumba de los sueños, dejando allí caer, ignorantes como niños, la libertad, la perla de los días. Pero tú y yo sabemos, río que bajo mi casa fugitiva deslizas tu vida experta, que cuando el hombre no tiene ligados sus miembros por las encantadoras mallas del amor, cuando el deseo es como una cálida azucena que se ofrece a todo cuerpo hermoso que fluya a nuestro lado, cuánto vale una noche como ésta, indecisa entre la primavera última y el estío primero, este instante en que oigo los leves chasquidos del bosque nocturno. Conforme conmigo mismo y con la indiferencia de los otros, solo yo con mi vida, con mi parte en el mundo. Jóvenes sátiros que vivís en la selva, labios risueños ante el exangüe Dios cristiano, a quien el comerciante adora para mejor cobrar su mercancía pies de jóvenes sátiros, danzad más presto cuando el amante llora, mientras lanza su tierna endecha de: Ah, cuando el amor muere. Porque oscura y cruel la libertad entonces ha nacido; vuestra descuidada alegría sabrá fortalecerla, y el deseo girará locamente en pos de los hermosos cuerpos que vivifican el mundo un solo instante. |
LUIS CERNUDA
LUIS CERNUDA
LUIS CERNUDA
LUIS CERNUDA
Las islas
Recuerdo que tocamos puerto tras larga travesía, y dejando el navío y el muelle, por callejas (entre el polvo mezclados pétalos y escamas), llegué a la plaza, donde estaban los bazares. Era grande el calor, la sombra poca. Con el pecho desnudo iba, distraído como si familiares fuesen la villa y sus costumbres, y miré en un portal al mercader de sedas que desplegaba una, color de aurora, fría a los ojos, sintiendo sin tocarla la suavidad escurridiza. Ante un ciego cantor estuve largo espacio, único espectador, y parecía cantar para mí solo. Compré luego a una niña un ramo de jazmines amarillentos, pero en su olor ajado tuvo alivio la dejadez extraña que empezaba a aquejarme. Desanudada la faja en la cintura, unos muchachos que pasaban, reían, volviendo la cabeza. Acaso me creyeron Ebrio. Los ojos de uno de ellos eran como la noche, profundos y estrellados. La humedad de la piel pronto se disipaba por el aire ardoroso, a cuyo influjo mi pereza crecía. Me detuve indeciso, acariciando el cuerpo, sintiendo su tibieza lisa, como si acariciara un cuerpo ajeno. Seguí, por parajes nunca vistos, mas presentidos, igual a quien camina hacia cita amistosa. Deponía la tarde su fuerza, cuando al fin quise buscar reposo ante un umbral cerrado. Era un barrio tranquilo. Mis párpados pesaban (acaso dormí mucho), y al abrirlos de nuevo ya el sol estaba bajo en el muro de enfrente. Una presencia ajena pareció despertarme, porque al volver la cara vi una mujer, y sonreía. Como si de mi anhelo fuese proyección, respuesta ante demanda informulada, me miraba, insegura; aunque yo nada dije, con gesto silencioso, invitándome adentro, me tomó de la mano. La seguí, con recelo más débil que el deseo. |
La
sala estaba oscura (ya caía la tarde).
Sobre la estera había almohadas, un cestillo anidando manojos de magnolias mojadas, de excesiva fragancia. filtró la celosía unas palabras de la calle: «Le encontraron muerto». Las pensé referidas a un camarada, quizá presagio de mi sino. Pero ella, atrayéndome a sí, sobre la alfombra el ropaje tiró, como cuchillo sin la vaina, fría, dura, flexible, escurridiza. Mis manos en sus pechos, su cintura quebrarse pareció al extenderme sobre ella, y en el silencio circundante, al ritmo de los cuerpos, oí su brazalete, queja del ave fabulosa que escapaba. La oscuridad llenó la sala toda cuando saciado y satisfecho quise irme. En la puerta (ella como mi sombra me seguía), al cruzar su dintel, sentí que entre mis dedos quedaba el brazalete, ahora inerte y mudo. Mucho tiempo ha pasado. No aceptara revivir otra vez esta existencia. Mas no sé qué daría por sólo aquel instante revivirlo. Bien sé que apenas tengo con qué tiente al destino, ni el destino tentarse dejaría. Cuando el recuerdo así vuelve sobre sus huellas (¿no es el recuerdo la impotencia del deseo?). Es que a él, como a mí, la vejez vence; y acaso ya no tengo lo único que tuve: Deseo, a quien rendida la ocasión le sigue. |
LUIS CERNUDA
Limbo
A Octavio Paz La plaza sola (gris el aire, negros los árboles, la tierra manchada por la nieve), parecía, no realidad, mas copia triste sin realidad. Entonces, ante el umbral, dijiste: viviendo aquí serías fantasma de ti mismo. Inhóspita en su adorno parsimonioso, porcelanas, bronces, muebles chinos, la casa oscura toda era, pálidas sus ventanas sobre el río, y el color se escondía en un retablo español, en un lienzo francés, su brío amedrentado. Entre aquellos despojos, proyecto, el dueño estaba sentado junto a su retrato por artista a la moda en años idos, imagen fatua y fácil del diletante, divertido entonces comprando lo que una fe creara en otro tiempo y otra tierra. Allí con sus iguales, damas imperativas bajo sus afeites, caballeros seguros de sí mismos, rito social cumplía, y entre el diálogo moroso, tú oyendo alguien me dijo: "Me ofrecieron la primera edición de un poeta raro, y la he comprado", tu emoción callaste. Así, pensabas, el poeta vive para esto, para esto noches y días amargos, sin ayuda de nadie, en la contienda adonde, como el fénix, muere y nace, para que años después, siglos después, obtenga al fin el displicente favor de un grande en este mundo. Su vida ya puede excusarse, porque ha muerto del todo; su trabajo ahora cuenta, domesticado para el mundo de ellos, como otro objeto vano, otro ornamento inútil; y tú cobarde, mudo te despediste ahí, como el que asiente, más allá de la muerte, a la injusticia. Mejor la destrucción, el fuego. |
No intentemos el amor nunca
Aquella noche el mar no tuvo sueño. Cansado de contar, siempre contar a tantas olas, quiso vivir hacia lo lejos, donde supiera alguien de su color amargo. Con una voz insomne decía cosas vagas, barcos entrelazados dulcemente en un fondo de noche, o cuerpos siempre pálidos, con su traje de olvido viajando hacia nada. Cantaba tempestades, estruendos desbocados bajo cielos con sombra, como la sombra misma, como la sombra siempre rencorosa de pájaros estrellas. Su voz atravesando luces, lluvia, frío, alcanzaba ciudades elevadas a nubes, cielo Sereno, Colorado, Glaciar del infierno, todas puras de nieve o de astros caídos en sus manos de tierra. Mas el mar se cansaba de esperar las ciudades. Allí su amor tan sólo era un pretexto vago con sonrisa de antaño, ignorado de todos. Y con sueño de nuevo se volvió lentamente adonde nadie sabe de nadie. Adonde acaba el mundo.
Los espinos
Verdor nuevo los espinos tienen ya por la colina, toda de púrpura y nieve en el aire estremecida. Cuántos cielos florecidos les has visto; aunque a la cita ellos serán siempre fieles, tú no lo serás un día. Antes que la sombra caiga, aprende cómo es la dicha ante los espinos blancos y rojos en flor. Vé. Mira. |
LUIS CERNUDA
Los fantasmas del deseo
Yo no te conocía, tierra; con los ojos inertes, la mano aleteante, lloré todo ciego bajo tu verde sonrisa, aunque, alentar juvenil, sintiera a veces un tumulto sediento de postrarse, como huracán henchido aquí en el pecho; ignorándote, tierra mía, ignorando tu alentar, huracán o tumulto, idénticos en esta melancólica burbuja que yo soy a quien tu voz de acero inspirara un menudo vivir. Bien sé ahora que tú eres quien me dicta esta forma y este ansia; sé al fin que el mar esbelto, la enamorada luz, los niños sonrientes, no son sino tú misma; que los vivos, los muertos, el placer y la pena, la soledad, la amistad, la miseria, el poderoso estúpido, el hombre enamorado, el canalla, son tan dignos de mí como de ellos yo lo soy; mis brazos, tierra, son ya más anchos, ágiles, para llevar tu afán que nada satisface. El amor no tiene esta o aquella forma, no puede detenerse en criatura alguna; todas son por igual viles y soñadoras. Placer que nunca muere beso que nunca muere, sólo en ti misma encuentro, tierra mía. Nimbos de juventud, cabellos rubios o sombríos, rizosos o lánguidos como una primavera, sobre cuerpos cobrizos, sobre radiantes cuerpos que tanto he amado inútilmente, no es en vosotros donde la vida está, sino en la tierra, en la tierra que aguarda, aguarda siempre con sus labios tendidos, con sus brazos abiertos. Dejadme, dejadme abarcar, ver unos instantes este mundo divino que ahora es mío, mío como lo soy yo mismo, como lo fueron otros cuerpos que estrecharon mis brazos, como la arena, que al besarla los labios finge otros labios, dúctiles al deseo, hasta que el viento lleva sus mentirosos átomos. |
Como
la arena, tierra,
como la arena misma, la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira. Tú sola quedas con el deseo, con este deseo que aparenta ser mío y ni siquiera es mío, sino el deseo de todos, malvados, inocentes, enamorados o canallas. Tierra, tierra y deseo. Una forma perdida.
No es el amor quien muere...
No es el amor quien muere, somos nosotros mismos. Inocencia primera Abolida en deseo, Olvido de sí mismo en otro olvido, Ramas entrelazadas, ¿Por qué vivir si desaparecéis un día? Sólo vive quien mira Siempre ante sí los ojos de su aurora, Sólo vive quien besa Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara. Fantasmas de la pena, A lo lejos, los otros, Los que ese amor perdieron, Como un recuerdo en sueños, Recorriendo las tumbas Otro vacío estrechan. Por allá van y gimen, Muertos en pie, vidas tras de la piedra, Golpeando la impotencia, Arañando la sombra Con inútil ternura.
No,
no es el amor quien muere.
|
LUIS CERNUDA
LUIS CERNUDA
LUIS CERNUDA
LUIS CERNUDA
LUIS CERNUDA
LUIS CERNUDA
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