RAFAEL ALBERTI
(1902-1999)
Poeta y dramaturgo español, nacido en El Puerto de Santa María (Cádiz). Inicialmente se dedicó a la pintura. Se trasladó a Madrid con su familia, y en 1924 se le concedió el Premio Nacional de Literatura por el primer libro que publicó, Marinero en tierra. Se trata de una obra de un refinado popularismo donde universaliza el mar, que llega a convertirse en un mito. En 1926, apareció La amante, relato poético de un viaje en automóvil, al que sigue, al año siguiente, un nuevo libro de poemas, El alba del alhelí. Las tres obras se inscriben dentro de la tradición de los poetas anónimos del romancero y Garcilaso de la Vega, aunque con una sensibilidad de poeta vanguardista. En 1929, tuvo lugar un cambio importante en su poesía, cuando publicó Cal y canto, influido por Luis de Góngora y el ultraísmo. También de ese mismo año es Sobre los ángeles. Considerada su obra maestra, es una alegoría surrealista en la que los ángeles representan fuerzas dentro del mundo real. Producto de una intensa crisis personal relacionada con lo que el propio poeta califica de "amor imposible" y los "celos más rabiosos", contiene imágenes que suponen altas cumbres poéticas. Sus tonos apocalípticos se prolongaron en Sermones y moradas (1930).
Su surrealismo le lleva a introducir asuntos personales en el ámbito de las cuestiones históricas, lo que supuso en él una inclinación hacia el anarquismo, como demuestra su elegía Con los zapatos puestos tengo que morir, de 1930. Posteriormente se afilió al Partido Comunista español, y publicó, hasta 1937, un conjunto de libros que el autor denominó El poeta en la calle, aparecidos conjuntamente en 1938. También de la misma época son sus obras de teatro, entre las que destaca Fermín Galán (1931). Posteriormente, y dentro de la misma línea de carácter surrealista y político, escribió obras teatrales y entre las más conocidas se encuentran El adefesio, de 1944, y, de 1956, Noche de guerra en el Museo del Prado. Una nota que hay que destacar en este escritor andaluz es su afición taurina, que le ha llevado a realizar carteles taurinos, escribir muchos y destacados poemas sobre el tema, e incluso salir a los ruedos en la cuadrilla de Ignacio Sánchez Mejías. Desde el exilio Con su compañera, la también escritora María Teresa León, se vio obligado a exiliarse después de la derrota de la República en la Guerra Civil española. Vivió en Argentina hasta 1962. A partir de ese año residió en Roma, y no regresó a España hasta 1977; fue elegido diputado por la provincia de Cádiz. El poeta recoge su vida durante los años de destierro en La arboleda perdida (1959 y 1987).
Entre la poesía no política de Alberti, posterior a 1939, destacan Entre el clavel y la espada, de 1941, y A la pintura, de 1948, un brillante intento de describir un arte en términos de otro. En Retornos de lo vivo lejano, de 1952, y Baladas y canciones del Paraná, libro de poemas publicado el año siguiente, incluye canciones muy cercanas a las de Marinero en tierra que ofrecen un universo nostálgico del que no está ausente la ironía. Algo que vuelve a ocurrir en el primer libro que publicó a su regreso a Europa, Roma, peligro de caminantes, de 1968. Al lado de estos poemarios, están los poemas más estrictamente políticos inspirados por las circunstancias, como las muy conocidas Coplas de Juan Panadero, de 1949, y La primavera de los pueblos, de 1961. Entre la producción de Alberti posterior a su regreso a España, cabe destacar el libro de carácter erótico Canciones para Altair, publicado en 1989. Ha recibido muchos premios y reconocimientos, entre ellos el Premio Lenin de la Paz, en 1966, y el Premio Cervantes, en 1983. El 28 de octubre de 1999 falleció Rafael Alberti, el último exponente de la generación del 27 y figura clave de la poesía española de todos los tiempos. Un paro cardio respiratorio fue la causa de su muerte, cuando se encontraba en su casa del Puerto de Santa María, en Cádiz, en la misma ciudad que le vio nacer hace 96 años. Por expreso deseo del poeta, sus restos mortales fueron incinerados y sus cenizas serán devueltas a las aguas de la Bahía de Cádiz, a la que tan estrechamente vinculadas han estado su vida y su obra. En el Puerto de Santa María, localidad de la que era además alcalde honorario, se declararon tres días de luto y se le rindió un homenaje popular.
Sueño del marinero
Yo, marinero, en la ribera mía, posada sobre un cano y dulce río que da su brazo a un mar de Andalucía, sueño ser almirante de navío, para partir el lomo de los mares al sol ardiente y a la luna fría. ¡Oh los yelos del sur! ¡Oh las polares islas del norte! ¡Blanca primavera, desnuda y yerta sobre los glaciares, cuerpo de roca y alma de vidriera! ¡Oh estío tropical, rojo, abrasado, bajo el plumero azul de la palmera! Mi sueño, por el mar condecorado, va sobre su bajel, firme, seguro, de una verde sirena enamorado, concha del agua allá en su seno oscuro. ¡Arrójame a las ondas, marinero: -Sirenita del mar, yo te conjuro! Sal de tu gruta, que adorarte quiero, sal de tu gruta, virgen sembradora, a sembrarme en el pecho tu lucero. Ya está flotando el cuerpo de la aurora en la bandeja azul del océano y la cara del cielo se colora de carmín. Deja el vidrio de tu mano disuelto en la alba urna de mi frente,
alga de nácar, cantadora en vano
bajo el vergel azul de la corriente. ¡Gélidos desposorios submarinos, con el ángel barquero del relente y la luna del agua por padrinos! El mar, la tierra, el aire, mi sirena, surcaré atado a las cabellos finos y verdes de tu álgida melena. Mis gallardetes blancos enarbola, ¡Oh marinero!, ante la aurora llena ¡y ruede por el mar tu caracola! |
Santoral agreste
¿Quién rompió las doradas vidrieras del crepúsculo? ¡Oh cielo descubierto, del montes, mares, viento, parameras y un santoral del par en par abierto! Tres arcángeles van por las praderas con la Virgen marina al blanco puerto del pescado; ayunando, entre las fieras, se disecan los Padres del desierto. El santo Labrador peina la tierra; Santa Cecilia pulsa los pinares, y el perro de San Roque, por el río, corre tras la paloma de la sierra, para glorificarla en los altares, bajo la luz de este soneto mío. Alba de noche oscura Sobre la luna inmóvil de un espejo, celebra una redonda cofradía de verdes pinos, tintos de oro viejo, la transfiguración del rey del día. La plata blanda, ayuna del reflejo, muere ya. Del cristal -lámina fría- dice la voz del vaho en agonía: -Doró mi lengua el sol, ¿de qué me quejo? Las puertas del ocaso, ya cerradas, tapizan de luto el campo. Negros perros, a lo que nadie sabe, ocultos, gritan. Decapitando sueños, fatigadas, sobre el túmulo alto de los cerros las estrellas del valle se marchitan. |
Sola
La que ayer fue mi querida va sola entre los cantuesos. Tras ella, una mariposa y un saltamonte guerrero. Tres veredas: Mi querida, la del centro. La mariposa, la izquierda. Y el saltamonte guerrero, saltando, por la derecha. Elegía Las cochinillas de humedad, las mariquitas de San Antón, también vagaba la lombriz y patinaba el caracol. Infancia mía en el jardín; ¡Reina de la jardinería! El garbanzo asomaba su nariz y el alpiste en la jaula se moría. Infancia mía en el jardín: La planta de los suspiros el aire la deshacía. Dime que sí Dime que sí, compañera, marinera, dime que sí. Dime que he de ver la mar, que en la mar he de quererte. Compañera, dime que sí. Dime que he de ver el viento, que en el viento he de quererte. Marinera, dime que sí. Dime que sí, compañera, dime, dime que sí. |
El
mar muerto
I Mañanita fría. ¡Se ha muerto el mar! La nave que yo tenía ya no podrá navegar. -Mañanita fría, ¿lo amortajarán? -Los pueblos de tu ribera -naranja del mediodía-, entre laureles y olivas. -Mañanita fría, ¿quién lo enterrará? -Marinero, tres estrellas muy dulces: las Tres Marías. II No sabe que ha muerto el mar la esquila de los tranvías -tirintín- de la ciudad. No lo sabe nadie, nadie. ¡Mejor, si nadie lo sabe! Ni tú, joven vaquerillo, que llevas tus dos vaquitas tan de mañana a ordeñar. No lo sabe nadie, nadie. ¡Mejor, si nadie lo sabe! |
Elegía del niño marinero
Marinerito delgado, Luis Gonzaga de la mar, ¡qué fresco era tu pescado, acabado de pescar! Te fuiste, marinerito, en una noche lunada, ¡tan alegre, tan bonito, cantando, a la mar salada! ¡Qué humilde estaba la mar! ¡Él cómo la gobernaba! Tan dulce era su cantar, que le aire se enajenaba. Cinco delfines remeros su barca le cortejaban. Dos ángeles marineros, invisibles, la guiaban. Tendió las redes, ¡qué pena!, por sobre la mar helada. Y pescó la luna llena, sola en su red plateada. ¡Qué negra quedó la mar! ¡La noche qué desolada! Derribado su cantar, la barca fue derribada. Flotadora va en el viento la sonrisa amortajada de su rostro. ¡Qué lamento el de la noche cerrada! ¡Ay mi niño marinero, tan morenito y galán, tan guapo y tan pinturero, más puro y bueno que el pan! ¿Qué harás pescador de oro, allá en los valles salados del mar? ¿Hallaste el tesoro secreto de los pescados? Deja, niño, el salinar del fondo, y súbeme al cielo de los peces y, en tu anzuelo, mi hortelanita del mar. |
La niña que se va al mar
¡Qué blanca lleva la falda la niña que se va al mar! ¡Ay niña, no te la manche la tinta del calamar! ¡Qué blancas tus manos, niña, que te vas sin suspirar! ¡Ay niña, no te las manche la tinta del calamar! ¡Qué blanco tu corazón y qué blanco tu mirar! ¡Ay niña, no te los manche la tinta del calamar! Funerales ¡Pescadores, pescadores, lanzad el arpón al viento y en banderas sin colores izad vuestro sentimiento! Lloren los ojos del puente las aguas de treinta ríos; que el puño de la corriente rompa en el mar los navíos. ¡Lampiños guardias marinas, que alegres guardáis las olas, giman las negras bocinas y callen las caracolas! ¡Marineras, marineras, mujeres del aire frío, regad vuestras cabelleras negras por el playerío! ¡Sal hortelana del mar, flotando, sobre tu huerto, desnuda, para llorar por el marinero muerto! Llueve sobre el agua, llueve nieve negra de alga fría. Entre glaciares de nieve, abierta, la tumba mía. ¡Funerales de las olas! ¡El viento, en los arenales! Entre apagadas farolas se hunden mis funerales. |
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