Comenzamos este año una serie de estudios sobre la
poesía norteamericana. Haciendo una metáfora, el río de esta poética comprende
dos grandes corrientes contrarias: la de Whitman y la de Poe. Tanto el uno como
el otro ascienden alternativamente a la superficie, en tanto que el rival
continúa flotando en aguas más profundas. Y a veces, para confundir a quienes
quieren imponer siempre un orden a las cosas, ambas corrientes se juntan en una
sola y sobrevienen entonces tempestades o inundaciones.
La corriente Whitman, amplia, majestuosa, es más
visible a primera vista. Aun aquellos que han luchado contra esa corriente,
reconocen su fuerza y su grandeza. Ezra Pound, que no era muy partidario de Whitman,
escribió: “I make a pact with you, Walt Whitman...”, “Hago un pacto contigo, Walt
Whitman...”.
La técnica del verso libre en “Leaves of grass”, “Hojas
de hierba”, ha sido ampliamente utilizada por la revolución poética de
Sandburg, Lindsay y Masters. Pero más importante todavía que las innovaciones
formales de Whitman fue su visión poética de América. Era un tema nuevo que
había sido constantemente explotado por poetas tan diversos como Lindsay,
Cummings, William Carlos Williams, Stephen Vincent Benet, y aún Hart Crane,
cuando quisieron cantar las promesas del Nuevo Mundo. La voz fresca, generosa y
optimista de Whitman siempre se escucha en una parte importante de la poesía norteamericana,
la que canta “un mundo vasto, inexplorado”.
La corriente Poe parece menos amplia, menos
poderosa y específicamente americana. Es una corriente exótica, pura, fría y
clara, si se la compara con la corriente de Whitman, la cual, rugiente e
impetuosa, arrastra toda clase de aluviones. Poe entró en nuestro río por vías
secretas y subterráneas. Francia se dio cuenta de su importancia como fundador
de una poesía contemporánea, y a través de Baudelaire y de Mallarmé la poesía
norteamericana moderna vino a descubrir al autor de “El cuervo”.
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