por
Stephen Vizinczey (1)
1.
NO BEBERÁS NI FUMARÁS NI TE DROGARÁS
Para ser escritor necesitas todo el cerebro que tienes.
2.
NO TENDRÁS COSTUMBRES CARAS
Un escritor nace del talento y del tiempo... tiempo para observar, estudiar,
pensar. Por consiguiente, no puede permitirse el lujo de desperdiciar una sola
hora ganando dinero para cosas no esenciales. A menos que tenga la suerte de
haber nacido rico, es mejor que se prepare para vivir sin demasiados bienes
terrenales. Es cierto que Balzac obtenía una inspiración especial de la compra
de objetos y la acumulación de enormes deudas, pero la mayoría de las personas
con hábitos caros son propensas a fracasar como escritores.
A la edad de veinticuatro años, tras la derrota de la Revolución húngara, me
encontré en Canadá con unas cincuenta palabras de inglés. Cuando me di cuenta
de que era un escritor sin una lengua, subí en ascensor al último piso de un
alto edificio de Dorchester Street en Montreal, con la intención de arrojarme
al vacío. Al mirar hacia abajo desde la azotea, con terror ante la idea de
morirme, pero todavía más de romperme la columna vertebral y pasar el resto de
mi vida en una silla de ruedas, decidí tratar de convertirme en un escritor
inglés. Al final, aprender a escribir en otra lengua fue menos difícil que
escribir algo bueno y viví durante seis años al borde de la miseria antes de
estar listo para escribir En brazos de la mujer madura. No
podría haberlo hecho si me hubiesen interesado los trajes o los coches... en
realidad, si no hubiera visto otra alternativa que la azotea de aquel
rascacielos. Algunos escritores inmigrantes que conocía trabajaban como
camareros o vendedores para ahorrar dinero y crearse una «base financiera»
antes de intentar ganarse la vida escribiendo; uno de ellos posee ahora toda
una cadena de restaurantes y es más rico de lo que yo pueda llegar a ser en mi
vida pero ni él ni los otros volvieron a escribir. Es preciso decidir qué es
más importante para uno: vivir bien o escribir bien. No has de atormentarte con
ambiciones contradictorias.
3.
SOÑARÁS Y ESCRIBIRÁS Y SOÑARÁS Y VOLVERÁS A ESCRIBIR
No dejes a nadie decirte que estás perdiendo el tiempo cuando tienes la mirada
perdida en el vacío. No existe otra forma de concebir un mundo imaginario. Nunca
me siento ante una página en blanco para inventar algo. Sueño despierto con mis
personajes, sus vidas y sus luchas, y cuando una escena se ha desarrollado en
mi imaginación y creo saber qué han sentido, dicho y hecho mis personajes, tomo
pluma y papel e intento relatar lo que he presenciado.
Una vez escrito mi relato, a mano y a máquina, lo leo y encuentro que la mayor
parte de lo escrito es (a) confuso o (b) inexacto o (c) tedioso o (d)
sencillamente no puede ser verídico. Así, utilizo el borrador mecanografiado
como una especie de informe crítico de lo que he imaginado y vuelvo a soñar
mejor toda la escena. Fue este modo de trabajar lo que me hizo comprender,
cuando aprendía inglés, que mi principal problema no era la lengua, sino, como
siempre, el ordenar las cosas en mi cabeza.
4.
NO SERÁS VANIDOSO
La mayor parte de los libros malos lo son porque sus autores están ocupados en
tratar de justificarse a sí mismos. Si un autor vanidoso es alcohólico, el
personaje de su libro descrito con mayor simpatía será un alcohólico. Este tipo
de asunto es muy aburrido para los extraños. Si crees ser sabio, racional,
bueno, una bendición para el sexo opuesto, una víctima de las circunstancias,
es porque no te conoces a ti mismo lo suficiente para escribir.
Dejé de tomarme en serio a la edad de veintisiete años y desde entonces me he
considerado sencillamente materia prima. Me utilizo del mismo modo que se
utiliza a sí mismo un actor: todos mis personajes -hombres y mujeres, buenos y
malos- están hechos de mí mismo más la observación.
5.
NO SERÁS MODESTO
La modestia es una excusa para la chapucería, la pereza, la complacencia; las
ambiciones pequeñas suscitan esfuerzos pequeños. Nunca he conocido a un buen
escritor que no intentara ser grande.
6.
PENSARÁS SIN CESAR EN LOS QUE SON VERDADERAMENTE GRANDES
"Las obras del genio están regadas con sus lágrimas", escribió Balzac
en Ilusiones perdidas. Rechazo, mofa, pobreza, fracaso, una lucha
constante contra las propias limitaciones..., tales son los principales sucesos
en las vidas de la mayoría de grandes artistas, y si aspiras a compartir su
destino, debes fortalecerte aprendiendo de ellos. Yo me he animado con
frecuencia al releer el primer volumen de la autobiografía de Graham Greene, Una
especie de vida, que trata de sus primeras luchas. También he tenido
ocasión de visitarle en Antibes, donde vive en un pequeño piso de dos
habitaciones (un lugar diminuto para un hombre tan alto) con los lujos de un
aire suave y una vista del mar, pero pocas posesiones aparte de libros. Parece
tener pocas necesidades materiales y estoy seguro de que esto tiene algo que
ver con la libertad interior que emana de sus obras. Aunque afirma que ha
escrito sus «entretenimientos» por dinero, es un escritor dirigido por sus
obsesiones sin hacer caso de modas cambiantes e ideologías populares, y esta
libertad se comunica a sus lectores. Uno se siente liberado del peso de los
propios compromisos, al menos mientras lo lee. Esta clase de logro sólo es
posible para un escritor de costumbres espartanas.
Ninguno de nosotros tiene oportunidad de conocer personalmente a muchos grandes
hombres, pero podemos estar en su compañía leyendo sus memorias, diarios y
cartas. Hay que evitar, sin embargo, las biografías, en especial las que han
sido convertidas en películas o series de televisión. Casi todo lo que nos
llega sobre los artistas a través de los medios de comunicación es pura
palabrería, escrita por perezosos autores mercenarios que no tienen la menor
idea del arte ni del trabajo duro. El ejemplo más reciente es Amadeus, que
intenta convencernos de que es fácil ser un genio como Mozart y muy difícil ser
una mediocridad como Salieri. Hay que leer, en cambio, las cartas de Mozart. En
cuanto a literatura específica sobre la vida del escritor, yo recomendaría Una
habitación propia, de Virginia Woolf, el prefacio de La dama morena de
los sonetos de Shaw, Martin Eden de Jack London y, sobre todo, Ilusiones
perdidas de Balzac.
7.
NO DEJARÁS PASAR UN SOLO DÍA SIN RELEER ALGO GRANDE
En mi adolescencia estudié para ser director de orquesta y de mi educación
musical adopté una costumbre que considero esencial para los escritores: el
estudio constante y diario de las obras maestras. La mayor parte de los
músicos profesionales de cierta categoría conocen de memoria centenares de
partituras; la mayor parte de los escritores, en cambio, sólo tienen el más
vago recuerdo de los clásicos, lo cual explica que haya más músicos expertos
que escritores expertos. Un violinista que poseyera la pericia técnica de la
mayor parte de los novelistas publicados, no encontraría nunca una orquesta
donde tocar. Lo cierto es que sólo absorbiendo las obras perfectas, los modos
específicos inventados por los grandes maestros para desarrollar un tema,
construir una frase, un párrafo, un capítulo, se puede aprender todo lo que hay
que aprender sobre la técnica.
Nada de lo que ya se ha hecho puede decirte cómo hacer algo nuevo, pero si
comprendes las técnicas de los maestros, tienes una mayor posibilidad de
desarrollar las propias. Para decirlo en términos de ajedrez: aún no ha
existido un gran maestro que no conociera de memoria las partidas de campeonato
de sus predecesores.
No se debe cometer el error común de intentar leerlo todo para estar bien
informado. Estar bien informado sirve para brillar en las fiestas, pero resulta
absolutamente inútil para un escritor. Leer un libro para poder charlar sobre
él no es lo mismo que comprenderlo. Es mucho más útil leer una y otra vez unas
cuantas grandes novelas hasta comprender por qué son buenas y cómo las han construido
los escritores. Hay que leer una novela unas cinco veces para comprender su
estructura, qué la hace dramática y qué le presta ritmo e impulso. Sus
variaciones en compás y escala de tiempo, por ejemplo: el autor describe un
minuto en dos páginas y luego cubre dos años con una frase... ¿por qué? Cuando
hayas comprendido esto, sabrás realmente algo.
Cada escritor elegirá sus propios favoritos entre aquellos de quienes cree que
puede aprender más, pero desaconsejo con firmeza la lectura de novelas victorianas,
que están infestadas de hipocresía e hinchadas de redundancias. Incluso George
Eliot escribió demasiado sobre demasiado poco. Cuando te sientas tentado de
escribir cosas superfluas, deberás leer los relatos de Heinrich von Kleist,
quien dijo más con menos palabras que cualquier otro escritor en la historia de
la literatura occidental. Lo leo constantemente, así como a Swift y a Sterne, a
Shakespeare y a Mark Twain. Por lo menos una vez al año releo algunas obras de
Pushkin, Gógol, Tolstoi, Dostoyevski, Stendhal y Balzac. A mi juicio, Kleist y
estos novelistas franceses y rusos del siglo xix son los más grandes maestros
de la prosa, una constelación de genios no superados como los que encontramos
en la música, de Bach a Beethoven, y todos los días intento aprender algo de
ellos. Ésta es mi «técnica».
8.
NO ADORARÁS LONDRES / NUEVA YORK / PARÍS
Conozco a menudo aspirantes a escritores de lugares apartados que creen que las
personas que viven en las capitales de los medios de comunicación tienen, sobre
el arte, alguna información interna especial que ellos no poseen. Leen las
páginas de críticas literarias, ven programas sobre arte en televisión para
averiguar qué es importante, qué es el arte en realidad, qué debería preocupar
a los intelectuales. El provinciano suele ser una persona inteligente y dotada
que acaba por adoptar la idea de algún periodista o académico de mucha labia
sobre lo que constituye la excelencia literaria, y traiciona su talento
imitando a retrasados mentales que sólo tienen talento para medrar. Aunque
vivas en el quinto infierno, no hay razón para sentirte aislado. Si posees una
buena colección de ediciones en rústica de grandes escritores y no dejas de
releerlos, tienes acceso a más secretos de la literatura que todos los farsantes
de la cultura que marcan el tono en las grandes ciudades. Conozco a un
destacado crítico de Nueva York que no ha leído nunca a Tolstoi y además está
orgulloso de ello. No hay que perder tiempo, por lo tanto, preocupándote por lo
que está de moda, el tema idóneo, el estilo idóneo o qué clase de cosas ganan
los premios. Cualquier persona que haya tenido éxito en literatura, lo ha
conseguido en sus propios términos.
9.
ESCRIBIRÁS PARA COMPLACERTE A TI MISMO
Ningún escritor ha logrado jamás complacer a lectores que no estuvieran
aproximadamente en su mismo nivel de inteligencia general, que no compartieran
su actitud básica ante la vida, la muerte, el sexo, la política o el dinero.
Los dramaturgos son afortunados: con ayuda de los actores, pueden extender su
mensaje hasta más allá del círculo de los espíritus afines. No obstante, hace
sólo un par de años leí en los periódicos americanos las críticas más
condescendientes de Medida por medida... la obra en sí, ¡no la
producción! Si Shakespeare no puede complacer a todo el mundo, ¿por qué
intentarlo siquiera nosotros?
Esto significa que no vale la pena esforzarte por interesarte en algo que te
resulta aburrido. Cuando era joven perdí mucho tiempo intentando describir
vestidos y muebles. No sentía el menor interés por los vestidos ni por los
muebles, pero Balzac experimentaba hacia ellos un apasionado interés, que
consiguió comunicarme mientras le leía, así que pensé que debía dominar el arte
de escribir excitantes párrafos sobre armarios si quería ser algún día un buen
novelista. Mis esfuerzos estaban condenados y agotaron todo mi entusiasmo por
aquello que me había propuesto escribir en primer lugar.
Ahora sólo escribo sobre lo que me interesa. No busco temas: cualquier cosa en
la que no pueda dejar de pensar es mi tema. Stendhal dijo que la literatura es
el arte de la omisión, y omito todo lo que no me parece importante. Describo a
las personas sólo en los términos de sus acciones, afirmaciones, ideas,
sentimientos que me hayan escandalizado / intrigado / divertido / deleitado a
mí mismo u a otros.
No es fácil, por supuesto, ser fiel a lo que realmente nos importa; a todos nos
gustaría ser considerados personas llenas de curiosidad por todo. ¿Quién
asistió jamás a una fiesta sin fingir interés por algo? Pero cuando escribes
tienes que resistir la tentación, y cuando lees lo que has escrito, siempre
debes preguntarte: "¿Me interesa de verdad esto?" Si te complaces a
ti mismo -a tu yo verdadero, no a un concepto imaginario de ti mismo corno la
más noble de las personas que sólo se preocupan por los niños hambrientos de
África-, tienes la posibilidad de escribir un libro que agrade a millones. Esto
es así porque, quienquiera que seas, hay en el mundo millones de personas más o
menos parecidas a ti. Pero nadie quiere leer a un novelista que no piense
realmente lo que escribe. El best seller más ramplón tiene una cosa en común
con una gran novela: ambos son auténticos.
10.
SERAS DIFICIL DE COMPLACER
La mayoría de los libros nuevos que leo se me antojan a medio terminar. El
escritor se contentó con hacer su trabajo más o menos bien y luego pasó a algo
nuevo. Para mí, escribir empieza a ser emocionante de verdad cuando vuelvo a un
capítulo un par de meses después de haberlo escrito. En esta fase lo miro menos
como autor que como lector, y por muchas veces que reescribiera originalmente
el capítulo, todavía encuentro frases que son vagas, adjetivos que son
inexactos o superfluos. De hecho, encuentro escenas enteras que, aunque
ciertas, no añaden nada a mi comprensión de los personajes o de la historia y,
por consiguiente. pueden eliminarse. Es en este punto cuando examino el
capítulo durante el tiempo suficiente para aprendérmelo de memoria -lo recito
palabra por palabra a cualquiera dispuesto a escuchar- y si no puedo recordar
algo, suelo descubrir que no era correcto. La memoria es un buen crítico.
Sacado
del libro Verdad y mentiras en la literatura, Seix Barral,
1989
(1) Stephen Vizinczey, nacido en Hungría en 1933, segundo hijo de un
director de escuela antifascista que fue asesinado por un fanático nazi,
escribió poesía y teatro en su adolescencia. Luchó en el levantamiento de 1956
y huyó a Occidente sabiendo sólo una docena de palabras en inglés. Aprendió
este idioma trabajando como guionista, editor de semanarios y productor de
radio en el Canadá. Posteriormente vivió en los Estados Unidos y más tarde se
instaló en Londres. Con sus novelas y ensayos, "se ha colocado, con Conrad y Nabokov, en la categoría de escritores
extranjeros cuyo dominio del inglés es capaz de mover a envidia a quienes lo
tienen como lengua materna" (Newsday).
"Vizinczey es
uno de los grandes escritores actuales por su capacidad para hacer suyos temas
cruciales de nuestro tiempo y transfigurarlos en materia narrativa con humor y pasión"
(La Vanguardia). Es autor de las novelas En
brazos de la mujer madura (Ediciones 1992) y Un
millonario inocente
(Ediciones 1992), y de los ensayos Verdad y mentiras
en la literatura
(Ediciones 1992) y The Rules of Chaos
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