viernes, 5 de diciembre de 2014

GIOVANNI PAPINI




(Florencia, 1881 - 1956) Escritor y poeta italiano. Fue uno de los animadores más activos de la renovación cultural y literaria que se produjo en su país a principios del siglo XX, destacando por su desenvoltura a la hora de abordar argumentos de crítica literaria y de filosofía, de religión y de política.
Nacido en una familia de condiciones humildes y de formación autodidacta, fue desde muy joven un infatigable lector de libros de todo género y asiduo visitante de las bibliotecas públicas, donde pudo saciar su enorme sed de conocimientos. Obtuvo el título de maestro y trabajó como bibliotecario en el Museo de Antropología de Florencia, pero a partir de 1903, año en que fundó la revista Leonardo, se volcó con polémico entusiasmo en el periodismo.
Esta publicación se convirtió enseguida en un instrumento de lucha contra el positivismo que imperaba en el pensamiento filosófico italiano y, al mismo tiempo, contribuyó a difundir el pragmatismo. Ese mismo año se convirtió en redactor jefe del diario nacionalista Regno, mientras que en 1908, finalizada ya la andadura de Leonardo, empezó a colaborar activamente en La Voce, convirtiéndose en uno de los representantes más inquietos y ruidosos del movimiento filosófico y político que surgió en Florencia alrededor de esa revista.
 
 
 
 
Más tarde fundó también Anima (1911) y Lacerba (1913), de orientación más literaria y donde durante un tiempo defendió las tendencias futuristas de F.T. Marinetti. Agnóstico, anticlerical, pero no obstante siempre abierto a nuevas experiencias espirituales, su actividad periodística le permitió dar rienda suelta a su afición de sorprender y escandalizar a los lectores y de arremeter contra personajes más o menos famosos
Su primera obra narrativa fue Un hombre acabado (1912), en la que describió su azarosa juventud y donde los retratos paisajísticos de su Florencia natal revelan, como en otros libros, las verdaderas dotes del Papini escritor. Afectado por la dura experiencia de la Primera Guerra Mundial, se convirtió al catolicismo empujado por la necesidad de encontrar certezas definitivas y absolutas.
Este cambio espiritual, que causó polémicas en su entorno, fue el germen de Historia de Cristo (1921), libro que alcanzó un enorme éxito a pesar de que algunos le acusaron de ser un gran manipulador de las ideas que se adaptaban al momento. En esta misma línea caracterizada por una heterodoxia que irritaba por igual a ateos y creyentes escribió San Agustín (1929), Gog (1931), El Diablo (1943), Cartas del papa Celestino VI a los hombres (1946), un papa imaginario del que se sirve para lanzar un mensaje de paz y fraternidad, y sobre todo Juicio Universal, en el que trabajó casi toda su vida y que se publicó póstumamente.
De su prolífica obra crítica cabe destacar Dante vivo (1933) o Grandezze di Carducci (1935), mientras que Cento pagine di poesie (1915) y Opera prima (1917) figuran entre sus mejores libros de poesía.

 


 
HAY UN CANTO EN MÍ

Hay un canto en mí que mi boca jamás pronunciará - que no escribirá mi mano en ningún trozo de papel.

Hay un canto en mí que debo escuchar yo solo, que debo padecer y soportar solamente yo.

Hay un canto preso en mis venas como los celestiales adagios del argentado órgano - hay un canto que como la raíz del gladiolo no florecerá bajo el alud.

Hay un canto en mí que estará siempre en mí.

Si este canto saliera de mi corazón, quebraría mi corazón.

Si este canto escribiera mi mano, ninguna otra palabra escribiría mi mano.

Este canto no se dirá sino en la última hora de mi vida; este canto será el inicio de una feliz agonía.

Hay un canto en mí que no puede salir de mí porque no se han creado aún las palabras necesarias.

Un canto sin medida y sin tiempo; sin ritmo y sin leyes.

Un canto sin ningún sosiego y que astillaría cualquier lenguaje.

Un canto inatendible sin que el alma se intimide por la sorpresa y se coloree de otro sol.

Un canto más respirado que dicho, más presentido que expresado: son de luces, rayo de acordes.

Un canto sin ansias de música porque sería más melodioso que cualquier otro instrumento conocido.

En mi corazón inmenso, que por días abarca el universo, a este canto, le cuesta quedarse adentro. En los minutos más angustiantes de la vida, este canto querría derramarse de mi corazón demasiado estrecho como el llanto de los ojos de quien se llora a sí mismo. Pero lo rechazo y lo engullo, pues junto a él también la sangre de mi corazón se derramaría con la misma furia voluptuosa. Lo encierro en mí mismo porque no quiero morir aún.

Soy una víctima dulce de este canto divino y homicida. Debo cerrar el corazón como la puerta de una cárcel y sofocar sus latidos sobrehumanos como si fueran remordimientos. Y ser, con toda mi ternura, el hombre feroz al que no se acercan los débiles.

Porque mi canto sería un aterrador canto de amor, y ese amor abrasaría todo lo que toca.

El amor que solo cobija es apenas tibio, pero el verdadero amor en el mismo soplo besa y destruye.

Este amor resplandecería tanto de candente avidez que ese día la tierra iluminaría al sol y la medianoche sería más ardiente que el mediodía más ardiente.

Pero yo no cantaré jamás este canto terrible que me consume sin que nadie tenga compasión de mi tormento.

Yo no cantaré jamás este canto maravilloso del que mi temor reniega y que espanta mi debilidad.

No cantaré este canto porque nadie podría sustentar la infinita, la desgarrante, la dolorosa dulzura.
 
 
Lea "La plegaria del buzo" de Giovanny Papini en
 
 

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