(Florencia, 1881 -
1956) Escritor y poeta italiano. Fue uno de los animadores más activos de la
renovación cultural y literaria que se produjo en su país a principios del
siglo XX, destacando por su desenvoltura a la hora de abordar argumentos de
crítica literaria y de filosofía, de religión y de política.
Nacido en una familia de
condiciones humildes y de formación autodidacta, fue desde muy joven un
infatigable lector de libros de todo género y asiduo visitante de las
bibliotecas públicas, donde pudo saciar su enorme sed de conocimientos. Obtuvo
el título de maestro y trabajó como bibliotecario en el Museo de Antropología
de Florencia, pero a partir de 1903, año en que fundó la revista Leonardo,
se volcó con polémico entusiasmo en el periodismo.
Esta publicación se convirtió
enseguida en un instrumento de lucha contra el positivismo que imperaba en el
pensamiento filosófico italiano y, al mismo tiempo, contribuyó a difundir el
pragmatismo. Ese mismo año se convirtió en redactor jefe del diario
nacionalista Regno, mientras que en 1908, finalizada ya la andadura de Leonardo,
empezó a colaborar activamente en La Voce, convirtiéndose en uno de los
representantes más inquietos y ruidosos del movimiento filosófico y político
que surgió en Florencia alrededor de esa revista.
Más tarde fundó también Anima
(1911) y Lacerba (1913), de orientación más literaria y donde durante un
tiempo defendió las tendencias futuristas de F.T. Marinetti. Agnóstico,
anticlerical, pero no obstante siempre abierto a nuevas experiencias
espirituales, su actividad periodística le permitió dar rienda suelta a su
afición de sorprender y escandalizar a los lectores y de arremeter contra
personajes más o menos famosos
Su primera obra narrativa fue Un
hombre acabado (1912), en la que describió su azarosa juventud y donde los
retratos paisajísticos de su Florencia natal revelan, como en otros libros, las
verdaderas dotes del Papini escritor. Afectado por la dura experiencia de la
Primera Guerra Mundial, se convirtió al catolicismo empujado por la necesidad
de encontrar certezas definitivas y absolutas.
Este cambio espiritual, que causó
polémicas en su entorno, fue el germen de Historia de Cristo (1921),
libro que alcanzó un enorme éxito a pesar de que algunos le acusaron de ser un
gran manipulador de las ideas que se adaptaban al momento. En esta misma línea
caracterizada por una heterodoxia que irritaba por igual a ateos y creyentes
escribió San Agustín (1929), Gog (1931), El Diablo (1943),
Cartas del papa Celestino VI a los hombres (1946), un papa imaginario
del que se sirve para lanzar un mensaje de paz y fraternidad, y sobre todo Juicio
Universal, en el que trabajó casi toda su vida y que se publicó
póstumamente.
De su prolífica obra crítica cabe
destacar Dante vivo (1933) o Grandezze di Carducci (1935),
mientras que Cento pagine di poesie (1915) y Opera prima (1917)
figuran entre sus mejores libros de poesía.
HAY UN CANTO EN MÍ
Hay un
canto en mí que mi boca jamás pronunciará - que no escribirá mi mano en ningún
trozo de papel.
Hay un
canto en mí que debo escuchar yo solo, que debo padecer y soportar solamente
yo.
Hay un
canto preso en mis venas como los celestiales adagios del argentado órgano -
hay un canto que como la raíz del gladiolo no florecerá bajo el alud.
Hay un
canto en mí que estará siempre en mí.
Si este
canto saliera de mi corazón, quebraría mi corazón.
Si este
canto escribiera mi mano, ninguna otra palabra escribiría mi mano.
Este
canto no se dirá sino en la última hora de mi vida; este canto será el inicio
de una feliz agonía.
Hay un
canto en mí que no puede salir de mí porque no se han creado aún las palabras
necesarias.
Un canto
sin medida y sin tiempo; sin ritmo y sin leyes.
Un canto
sin ningún sosiego y que astillaría cualquier lenguaje.
Un canto
inatendible sin que el alma se intimide por la sorpresa y se coloree de otro
sol.
Un canto
más respirado que dicho, más presentido que expresado: son de luces, rayo de
acordes.
Un canto
sin ansias de música porque sería más melodioso que cualquier otro instrumento
conocido.
En mi
corazón inmenso, que por días abarca el universo, a este canto, le cuesta
quedarse adentro. En los minutos más angustiantes de la vida, este canto
querría derramarse de mi corazón demasiado estrecho como el llanto de los ojos
de quien se llora a sí mismo. Pero lo rechazo y lo engullo, pues junto a él
también la sangre de mi corazón se derramaría con la misma furia voluptuosa. Lo
encierro en mí mismo porque no quiero morir aún.
Soy una
víctima dulce de este canto divino y homicida. Debo cerrar el corazón como la
puerta de una cárcel y sofocar sus latidos sobrehumanos como si fueran
remordimientos. Y ser, con toda mi ternura, el hombre feroz al que no se
acercan los débiles.
Porque mi
canto sería un aterrador canto de amor, y ese amor abrasaría todo lo que toca.
El amor
que solo cobija es apenas tibio, pero el verdadero amor en el mismo soplo besa
y destruye.
Este amor
resplandecería tanto de candente avidez que ese día la tierra iluminaría al sol
y la medianoche sería más ardiente que el mediodía más ardiente.
Pero yo
no cantaré jamás este canto terrible que me consume sin que nadie tenga
compasión de mi tormento.
Yo no
cantaré jamás este canto maravilloso del que mi temor reniega y que espanta mi
debilidad.
No
cantaré este canto porque nadie podría sustentar la infinita, la desgarrante,
la dolorosa dulzura.
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