sábado, 24 de octubre de 2015

POESÍA CUBANA (I PARTE)

 
El final del siglo XX completa dos centurias de una tradición nacional dentro de la poesía de lengua española: la de la lírica cubana. La poesía no tiene otra nacionalidad que la del mundo, la humana creatividad en él. Pero los poetas han nacido en alguna región o país, lo que suele ser más limitado que el ámbito de un idioma tan extendido como el de Cervantes. La poesía de los poetas de Cuba tiene sus marcas nacionales propias, ya sean temáticas o incluso de preferencias formales, de lenguaje y hasta de actitud vital ante la aprehensión poética del mundo. La tradición en literatura no se explica por lo tradicional en su sentido conservador o repetitivo, sino por alcanzarse una línea de intensidad que permita sostener un patronímico, por ejemplo el de cubano, como identidad de tipo cultural que diferencia sus multiplicidades expresivas de cualquier otredad o alteridad con la que pueda ser comparada. La mismidad literaria cubana se manifiesta con mucha precisión desde que existe una poesía escrita consecutivamente por varios autores desde el final del siglo XVIII y que ha continuado escribiéndose sin interrupción hasta nuestros días.

De la poesía prehispánica, nada sabemos, habiendo sido ella oral. Cuando Cristóbal Colón llegó a las costas cubanas, sintió el deseo de reflejar en su diario la bella naturaleza que se le ofrecía a la vista; fueron las suyas las primeras frases descriptivas que se escribieron en lengua europea sobre el Nuevo Mundo, y le toca a Cuba ser entonces "la tierra más hermosa que ojos humanos vieran". A ello lo ha llamado Max Henríquez Ureña en su Panorama histórico de la literatura cubana "...el inicio de la creación literaria relacionada con la Isla...". En 1605, el canario Silvestre de Balboa compuso un poema épico referido a un episodio en el oriente insular, que ha sido considerado el antecedente más pleno de la literatura cubana y, naturalmente, de su poesía. Se trata de Espejo de paciencia, compuesto en octavas reales, cuyo final reúne un grupo de octosílabos al modo del siglo XVI español: el "motete", que algunos críticos han querido relacionar con la décima, estrofa luego extremadamente popular. La obra de Balboa puede ser asimismo antecedente de la literatura canaria y aunque su tema y territorio descrito es "cubano", en verdad es obra propia de la literatura española, aunque en Cuba su referencia parece obligada, debido a las razones de antecedentes expuestas.

Quizás el inicio pueda ser mejor referido a la poesía oral, como estaba aconteciendo en México y en Santo Domingo, donde quedaron testimonios recogidos por diversas causas, que denotan la existencia de un flujo versal octosilábico considerable. La oralidad en Cuba debió ser extensa e intensa, sobre todo en el empleo de la décima, puesto que cuando aparecen por fin en el cuarto final del siglo XVIII las primeras composiciones de lo que llamamos la tradición lírica continuada, se descubren en ellas vínculos evidentes con el substrato oral; es curioso que los primeros poetas que pueden considerarse como antecedentes inmediatos de la tradición lírica cubana, se expresan preferentemente en décimas o en otras formas del octosílabo. Fuera de tal primacía, el endecasílabo toma su mejor camino a través del soneto. Alrededor de los años que preceden y suceden a la toma de La Habana por los ingleses (1762), un grupo nutrido de versificadores se distinguía como el antecedente inmediato de la tradición pronta a formarse.

Cronológicamente entendidos dentro de la naciente tradición, los primeros poetas sobresalientes fueron Manuel de Zequeira y Arango y su amigo Manuel Justo de Rubalcava, ya no sólo por las calidades que alcanzaron en sus respectivas obras, sino por su propio carácter de tipicidad insular, de conciencia diferenciadora con lo español. Si el canto a la naturaleza cubana iba siendo el tono, tema y problema inaugural de la poesía de Cuba, los poemas que lo inauguraron con más cualidades son la oda "A la piña", de Zequeira, y la "Silva cubana", de Rubalcava.

Entre 1790 y 1820, como fechas aproximadas, se extiende el lapso del neoclasicismo, caracterizado por formas clásicas semejantes a las que se emplean de preferencia en la Metrópoli, con evocaciones de dioses grecolatinos y un singular canto a la naturaleza con clara voluntad de mostrar sus diferencias en relación con Europa. Un poeta encabalgado entre lo "popular" y lo "culto", Francisco Pobeda y Armenteros, logró a su vez ser de los iniciadores del proceso de "cubanización" de la lírica, de la que él mismo, con no pocas razones, se autotituló iniciador, poco antes y también coetáneamente de que Domingo del Monte intentara lo mismo, proponiendo la "cubanización" del romance.

El Romanticismo madurará en Cuba gracias a una figura de rango continental, cuya obra poética rompió con lo establecido dentro de todas las áreas de la lengua española, incluso de la propia metrópoli, dominada por un neoclasicismo de diversas gradaciones. Ese poeta fue José María Heredia, magnífico lírico de variados registros. Con él, el proceso de expresión de lo identitario en la poesía, adquirió un carácter nacional, aun sin que se pueda demostrar la existencia absoluta de una nacionalidad ya definida, sino en ciernes; ello se observa en la prédica sobre la libertad, el surgimiento en su obra de signos patrios y a cierta inspiración bolivariana más apreciable en su prosa; Heredia tiene que fijar residencia en México, en un exilio también primado en Cuba. Con él se identifica el surgimiento de la primera generación romántica. La tradición es tal, que ya se puede hablar de generaciones.

El abuso de las peculiaridades y del no negable facilismo versal de las dos corrientes, trajo un grupo de epígonos a los que se les llamó de "mal gusto", para contraponerlos a la corriente denominada "reacción del buen gusto", que adviene con la segunda generación romántica. Sin embargo, visto desde el proceso identitario cubano manifestado en la poesía, el mal gusto consiste en catalogar así a poetas y obras que en verdad están en la base de la formación de la nacionalidad y que, por otra parte, cumplen una etapa "externizadora" muy importante por razones obvias en el desarrollo de la poesía cubana. De la obra de dos poetas excelentes: Juan Clemente Zenea y Luisa Pérez de Zambrana, lo esencial no consiste en subrayar en ellos un "buen gusto", que es otra manera de expresar la cubanía, esta vez mediante una poesía que alcanza mejores calidades literarias. A mi juicio esa esencialidad debería de identificarse con el carácter elegíaco de la mejor parte de sus respectivas obras líricas.

Cuando adviene la llamada generación del Modernismo, ya existe una tradición poética cubana incluso con hitos en su desarrollo. A las puertas de su centenario, más bien faltaba el grado de universalidad que se alcanzó brillantemente, con José Martí. En la poesía martiana no desaparece el canto a la naturaleza insular, si bien sus mejores páginas al respecto están en el Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos. Pero en Martí esta como otras líneas temáticas ya tradicionales, trascienden por el grado artístico, la elevada intensidad poética y el sentido universalista que poseen. Las influencias foráneas, sobre todo francesas, vinieron a reunirse en otro poeta esencial: Julián del Casal. Una de las ganancias más notables que la poesía cubana obtiene con su obra, consiste en la elaboración intelectiva, artística, de la palabra como arte, no exenta de emociones, de tragicidad, de visión de la muerte.

Es natural que las muertes de Martí y de Casal ensombrecieran a la poesía de Cuba; pero no hubo un estancamiento sino un lapso transicional, si bien tampoco ella alcanzaba por entonces a las cumbres de la lírica española e hispanoamericana. Pero es demostrable que hubo desarrollo. El momento de Regino E. Boti, de Agustín Acosta y de José Manuel Poveda, tampoco fue de ellos solos, aunque en el primero y el último se concentró la más fuerte reacción llamada "postmodernista", con término discutible. Valga repetir que una tradición no se forja sólo de cimas. El fuerte impulso que alcanzó la poesía tras la eclosión de las vanguardias artísticas y literarias europeas, también influyó en Cuba, donde apareció el llamado "vanguardismo" cubano en la segunda mitad de los años veinte, desigual en su proyección a los ismos, pero impulsor de una renovación más radical que las antes acaecidas. En verdad se estaban manifestando corrientes diversas, que se resumen en tres direcciones centrales: la poesía negra, la social y la pura. Ya se sabe que el "negrismo" llegó a ser una "moda" europea y que alcanzó a expresar asuntos esenciales de la conformación cultural caribeña; la corriente de la poesía negra, mulata o afrocubana, tuvo notable auge en la década de 1930, tras los aportes básicos de Nicolás Guillén, Emilio Ballagas, Ramón Guirao y otros muchos poetas. Una de sus características decisivas en la evolución de la poesía cubana, fue darle voz (desde su identidad) al negro y al mulato, importante sector poblacional. Nicolás Guillén descubrió la poesía del son; su grandeza como poeta, entre otros elementos, consistió en develar la poesía de lo que hasta entonces se tenía como intranscendente, superficial o apoético.

La llamada poesía social es un complejo expresivo que, por supuesto, no nace en la década de 1920, si se tiene en cuenta que en la finisecularidad del siglo anterior puede identificarse en Luaces, los poetas de la guerra, el propio Martí y luego en Byrne y otros. El auge de las izquierdas, en especial comunistas, también se había de reflejar en la lírica, con una inclinación a la expresión identitaria de diversas clases sociales, como el campesinado en Manuel Navarro Luna (aunque esta clase ya había adoptado por sí misma el cultivo de la décima para todo su despliegue cultural), el proletariado en Regino Pedroso, la pequeña burguesía en José Z. Tallet, en tanto algunas esferas nacionalistas de las clases dominantes se sienten expresadas en la poesía de Agustín Acosta, quien en 1926 había ofrecido el hito de su libro La zafra. Eugenio Florit se distingue más por ser un representante de la corriente de "poesía pura", que tiene en Mariano Brull y en una parte de la obra de Ballagas a sus cultores más significativos. Habría que aclarar que este "purismo" se acerca al francés, o al europeo en sentido general, por la trayectoria de Brull, puesto que en Florit debe advertirse más intensamente el influjo de la poética de Juan Ramón Jiménez. La "poesía pura" parece incorporada, desde la introspección o el perfil esteticista, a la poesía intimista, que alcanza a poseer otras vertientes de desarrollo, como la intimidad transida de soledad y espíritu cristiano en los hermanos Loynaz (Dulce María, Enrique, Carlos Manuel y Flor). Entre las manifestaciones intimistas, quizás la de mayor aceptación popular fue el neorromanticismo, creciente en dos líneas, la más esteticista o intelectiva, próxima a Luis Cernuda, advertible en una zona de la poesía de Ballagas (sobre todo en Sabor eterno, de 1937), y la que gradualmente adquiere tonos populistas, muy sensorial, representada por José Ángel Buesa, heredero de los modos neorrománticos de Guillermo de Montagú, Hilarión Cabrisas, Gustavo Sánchez Galarraga, poetas de obras no muy estimables desde el punto de vista de la calidad literaria, pero que fueron en la década de 1910 verdaderos iniciadores del neorromanticismo, que se consumó en la obra de José Angel Buesa.

 Otra de las corrientes epocales importantes, es la llamada "ironía sentimental", que en verdad consiste en la presencia del tono conversacional sumado a algún grado de prosaísmo frente al demasiado refinamiento modernista o al derrotero de los neorrománticos más dados a la emociones elementales; sus representantes, José Z. Tallet, María Villar Buceta, Rubén Martínez Villena escriben una poesía a veces próxima o asimilable a la tendencia social, otras a cierto esteticismo no exactamente "purista.

Como se advertirá, la eclosión llamada del "vanguardismo" fue en realidad un complejo de estilos, corrientes, líneas expresivas y temáticas, que pluralizaron como nunca antes el espectro creativo cubano.

En torno a José Lezama Lima y a la revista Orígenes, se reunió un grupo de poetas (el llamado Grupo de Orígenes), cuyas firmas más sobresalientes eran el propio Lezama y en seguida Gastón Baquero, Eliseo Diego, Virgilio Piñera, Cintio Vitier, Fina García Marruz... Con tal membresía, no podía dejar de ser una de las agrupaciones poéticas más importantes que haya dado Cuba. No alejado de sus postulados poéticos, Samuel Feijóo desarrolló una poética en toda su extensa obra en versos y prosa, que es la consumación del canto a la naturaleza cubana, convertido en teoría lírica del ser ante el paisaje. Fue la hora de la universalidad, puesto que Lezama y Guillén se situaron en la cúspide de la tradición poética nacional siendo, posteriormente, reconocidos como maestros de la poesía hispanoamericana.

El ámbito de la poesía popular, basado en esencia en el decimismo espineliano, aún bajo influjos de El Cucalambé a lo que se le sumaban elementos efectistas neorrománticos, desarrolló entonces un fuerte movimiento de renovación, que tuvo entre sus inspiradores al neopopularismo español de la Generación del '27, a los Versos sencillos, de José Martí y a algunos elementos de las vanguardias en el flujo tropológico; la figura central de esa evolución de calidad fue Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí, luego elevado de la efímera (pero hermosa) improvisación cantada a la poesía escrita, quizás mal llamada "culta", para diferenciarla del movimiento popular de la oralidad.

La poesía se desarrolló de manera plurilineal, multiforme, complejísima en sus diversas maneras de entender el hecho poético. Entre esas dos décadas (1940-1950) se alcanzó una creación a la altura de lo mejor que se escribía en lengua española. También irrumpió con fuerza el tono conversacional en poetas hasta entonces alejados de él, como es el caso de Eugenio Florit. La llamada Generación del Cincuenta (autores nacidos entre 1925 y 1945), tuvieron como maestros a poetas "del patio", como Lezama Lima y Florit, en tanto partieron de variadas corrientes, incluso la neorromántica, para ir acrecentando lo que en la década de 1960 será la última corriente del siglo XX, ampliamente aceptada por numerosos poetas: el coloquialismo. Antes, es preciso observar el creciente "coloquio" de la poesía cubana en la llegada al absurdo y el tono existencial de Virgilio Piñera; en el sentido de lo criollo en Diego y García Marruz; en la tardía, pero efectiva salida del libro de Tallet La semilla estéril (1951); en el diálogo con el hombre del pueblo de la segunda parte de "Faz", de Feijóo; en la evidente intertextualidad de Guillén, alcanzada con un poema ante el asesinato de Menéndez; en el ya comentado énfasis conversacional del Florit de "Asonante final" y otros poemas (1955), e incluso en el hasta entonces cerrado intimismo de Dulce María Loynaz, con su peculiar "Últimos días de una casa" (1958). Se diría que la poesía se "democratiza" buscando el "diálogo común" o trata de hallar referentes líricos en los que una nota de epicidad no enturbie al lirismo básico.




 

 
Manuel de Zequeira
ODA A LA PIÑA
 
Del seno fértil de la madre Vesta,
En actitud erguida se levanta
La airosa piña de esplendor vestida,
Llena de ricas galas.
 
Desde que nace, liberal Pomona
Con la muy verde túnica la ampara,
Hasta que Ceres borda su vestido
Con estrellas doradas.
 
Aun antes de existir, su augusta madre
El vegetal imperio la prepara,
Y por regio blasón la gran diadema
La ciñe de esmeraldas.
 
Como suele gentil alguna ninfa,
Que allá entre sus domésticas resalta;
El pomposo penacho que la cubre
Brilla entre frutas varias.
 
Es su presencia honor de los jardines,
Y obelisco rural que se levanta
En el florido templo de Amaltea,
Para ilustrar sus aras.
 
Los olorosos jugos de las flores,
Las esencias, los bálsamos de Arabia,
Y todos los aromas, la Natura
Congela en sus entrañas.
 
A nuestros campos desde el sacro Olimpo,
El copero de Júpiter se lanza;
Y con la fruta vuelve que los dioses
Para el festín aguardan.
 
En la empírea mansión fue recibida
Con júbilo común, y al despojarla
De su real vestidura, el firmamento
Perfumó con el ámbar.
 
En la sagrada copa la ambrosía
Su mérito perdió, y con la fragancia
Del dulce zumo del sorbete indiano
Los númenes se inflaman.
 
Después que lo libó el divino Orfeo,
Al compás de la lira bien templada,
Hinchendo con su música el empíreo,
Cantó sus alabanzas.
 
La madre Venus cuando al labio rojo
Su néctar aplicó, quedó embriagada
De lúbrico placer, y en voz festiva
A Ganimedes llama.
 
"La piña, dijo, la fragante piña,
"En mis pensiles sea cultivada
"Por mano de mis ninfas; sí, que corra
"Su bálsamo en Idalia."
 
¡Salve, suelo feliz, donde prodiga
Madre naturaleza en abundancia
La odorífera planta fumigable!
¡Salve feliz Habana!
 
La bella flor en tu región ardiente
Recogiendo odoríferas sustancias,
Templa de Cáncer la calor estiva
Con las frescas Ananas.
 
Coronada de flor la primavera,
El rico otoño, y las benignas auras
En mil trinados y festivos coros
Su mérito proclaman.
 
Todos los dones, las delicias todas
Que la natura en sus talleres labra,
En el meloso néctar de la piña
Se ven recopiladas.
 
¡Salve divino fruto! y con el óleo
De tu esencia mis labios embalsama:
Haz que mi musa de tu elogio digna
Publique tu fragancia.
 
Así el clemente, el poderoso Jove,
Jamás permita que de nube parda
Veloz centella que tronando vibra,
Sobre tu copa caiga;
 
Así el céfiro blando en tu contorno
Jamás se canse de batir sus alas,
De tí apartando el corruptor insecto
Y el aquilón que brama;
 
Y así la aurora con divino aliento
Brotando perlas que en su seno cuaja,
Conserve tu esplendor, para que seas
La pompa de mi patria.
 
 
 
Juan Clemente Cenea
EN DÍAS DE ESCLAVITUD
 
My native land, good night!
                                 BYRON
 
¡Señor, Señor, el pájaro perdido
Puede hallar en los bosques el sustento,
En cualquier árbol fabricar su nido,
Y a cualquier hora atravesar el viento!
 
¡Y el hombre, el dueño que a la tierra envías
Armado para entrar en la contienda,
No sabe al despertar todos los días
En qué desierto plantará su tienda!
 
Dejas que el blanco cisne en la laguna
Los dulces besos del terral aguarde,
Jugando con el brillo de la luna,
Nadando entre el reflejo de la tarde.
 
¡Y a mí, Señor, a mí no se me alcanza,
En medio de la mar embravecida,
Jugar con la ilusión y la esperanza
En esta triste noche de la vida!
 
Esparce su perfume la azucena
Sin lastimar su cáliz delicado,
Y si yo llego a descubrir mi pena,
Me queda el corazón despedazado.
 
¿Y quién soy yo? ¡Poeta vagabundo,
Que vengo, como réprobo maldito,
A contar una hora en este mundo
En presencia de Dios y lo infinito!
 
Vengo a pulsar el arpa un breve instante,
Y en mi suerte más bella sólo espero,
Encontrar mi sepulcro como el Dante
Por las sendas tal vez del extranjero.
 
La estrella de mi siglo se ha eclipsado,
Y en medio del dolor y el desconsuelo,
El lirio de la fe se ha marchitado,
Y no hay escala que conduzca al cielo.
 
Van los pueblos a orar al templo santo,
Y llevan una lámpara mezquina,
Y el Cristo allí, sobre la Cruz, en tanto,
Abre los brazos y la frente inclina.
 
Voluptuoso el amor en sus placeres,
No busca mirtos ni laurel aguarda,
Y cubren con un velo las mujeres
El ángel adormido de su guarda.
 
Tengo el alma, ¡Señor!, adolorida
Por unas penas que no tienen nombres,
Y no me culpes, no, porque te pida
Otra patria, otro siglo y otros hombres;
 
Que aquella edad con que soñé no asoma;
Con mi país de promisión no acierto;
¡Mis tiempos son los de la antigua Roma,
Y mis hermanos con la Grecia han muerto!
 
 
 
Manuel Justo de Rubalcaba
SILVA CUBANA
 
Más suave que la pera
En Cuba es la gratísima Guayaba
Al gusto lisonjera,
Y la que en dulce todo el mundo alaba
Cuya planta exquisita
Divierte el hambre y aún la sed limita.
 
El Marañón fragante
Más grato que la guinda si madura,
El color rozagante
Oh Adonis en lo pálido figura;
Árbol ¡oh maravilla!
Que echa el fruto después de la semilla.
 
La Guanábana enorme
Que agobia el tronco con el dulce peso,
Cuya fruta disforme
A los rústicos sirve de embeleso,
Un corazón figura
Y al hombre da vigor con su frescura.
 
Misterioso el Caimito,
Con los rayos de Cyntio reluciente,
En todo su circuito
Morado y verde, el fruto hace patente,
Cuyo tronco lozano
Ofrece en cada hoja un busto a Jano.
 
La Papaya sabrosa
Al melón en su forma parecida,
Pero más generosa
Para volver la vacilante vida
Al ético achacoso,
Árbol al apetito provechoso.
 
El célebre Aguacate
Que aborrece al principio el europeo,
Y aunque jamás lo cate
Con el verdor seduce su deseo,
Y halla un fruto exquisito
Si lo mezcla con sal el apetito.
 
La Jagua sustanciosa
Con el queso cuajado de la leche
Es aún más deliciosa
Que la amarga aceituna en escabeche:
No se prefiere el óleo que difunde
Porque acá la manteca lo confunde.
 
El Mamey celebrado
Por ser ambos en la especie, uno amarillo,
Y el otro colorado.
En el sabor mejor es que el membrillo,
Y en los rigores de la estiva seca
La blanda fruta del Mamón manteca.
 
El Mamoncillo tierno
A las mujeres y a los niños grato:
Y pasado el invierno.
Topo de los frutales el Boniato,
Y el sabroso ciruelo que sin hoja
Amarillo o morado el feto arroja.
 
Amable más que el guindo
Y que el árbol precioso de la uva
Es acá el Tamarindo:
Licores admirables saca Cuba
De su fruto precioso, que fermenta,
Al másico mejor que Horacio mienta.
 
El Argos de las frutas
Es el Anón, que a Juno he consagrado,
Fruto tan delicado
Que reina en todas las especies brutas,
De ojos llena su cuerpo granujoso,
Al néctar comparable en lo sabroso.
 
La Piña, que produce
No Atis en fruta que prodiga el pino,
Que la apetencia induce,
Sino la Piña con sabor divino,
Planta que con dulcísimo decoro
Aforra el gusto con escamas de oro.
 
El Níspero apiñado
Por la copia del fruto y de la hoja,
En más supremo grado
Que las que el marzo con crueldad despoja,
Árbol que, madurando, pende y cría
Dulcísimos racimos de ambrosía.
 
El Coco cuyo tronco
Ruidoso con su verde cabellera,
Aunque encorvado y bronco,
Hace al hombre la vida placentera
Y es su fruto exquisito
Mejor plato a la sed y al apetito.
 
El Plátano frondoso...
Pero ¡oh Musa! qué fruto ha dado el orbe
Como aquel prodigioso
Que todo el gremio vegetal absorbe!
Al maná milagroso parecido,
Verde o seco del hombre apetecido.
 
No te canses ¡oh Numen!
En alumbrar especies pomonanas,
Pues no tienen resumen
Las del cuerno floral de las Indianas,
Pues a favor producen de Cibeles
Pan las raíces y las cañas mieles.
 
 
 
 
 
José María Heredia
NIÁGARA
 
Templad mi lira, dádmela, que siento
En mi alma estremecida, y agitada
Arder la inspiración. ¡Oh! ¡cuánto tiempo
En tinieblas pasó, sin que mi frente
Brillase con su luz...! Niágara undoso,
Tu sublime terror solo podría
Tornarme el don divino, que ensañada
Me robó del dolor la mano impía.
Torrente prodigioso, calma, calla
Tu trueno aterrador: disipa un tanto
Las tinieblas que en torno te circundan;
Déjame contemplar tu faz serena,
Y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
Yo digno soy de contemplarte: siempre
Lo común y mezquino desdeñando,
Ansié por lo terrífico y sublime.
Al despeñarse el huracán furioso,
Al retumbar sobre mi frente el rayo,
Palpitando gocé; vi al Océano,
Azotado por austro proceloso,
Combatir mi bajel, y ante mis plantas
Vórtice hirviente abrir, y amé el peligro.
Mas del mar la fiereza
En mi alma no produjo
La profunda impresión que tu grandeza.

Sereno corres, majestuoso; y luego
En ásperos peñascos quebrantado,
Te abalanzas violento, arrebatado,
Como el destino irresistible y ciego.
¿Que voz humana describir podría
De la sirte rugiente
La aterradora faz? El alma mía
En vago pensamiento se confunde
Al mirar esa férvida corriente,
Que en vano quiere la turbada vista
En su vuelo seguir al borde oscuro
Del precipicio altísimo: mil olas,
Cual pensamiento rápidas pasando,
Chocan, y se enfurecen,
Y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
Y entre espuma y fragor desaparecen.
 
¡Ved! ¡ llegan, saltan! El abismo horrendo
Devora los torrentes despeñados:
Crúzanse en él mil iris, y asordados
Vuelven los bosques el fragor tremendo.
En las rígidas peñas
Rómpese el agua: vaporosa nube
Con elástica fuerza
Llena el abismo en torbellino, sube,
Gira en torno, y al éter
Luminosa pirámide levanta,
Y por sobre los montes que le cercan
Al solitario cazador espanta.
 
Mas ¿qué en ti busca mi anhelante vista
Con inútil afán? ¿Por qué no miro
Alrededor de tu caverna inmensa
Las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,
Que en las llanuras de mi ardiente patria
Nacen del sol a la sonrisa, y crecen,
Y al soplo de las brisas del Océano,
Bajo un cielo purísimo se mecen?
 
Este recuerdo a mi pesar me viene ...
Nada ¡oh, Niágara! falta a tu destino,
Ni otra corona que el agreste pino
A tu terrible majestad conviene.
La palma, y mirto, y delicada rosa,
Muelle placer inspiren y ocio blando
En frívolo jardín: a ti la suerte
Guardó más digno objeto, más sublime.
El alma libre, generosa, fuerte,
Viene, te ve, se asombra,
El mezquino deleite menosprecia,
Y aun se siente elevar cuando te nombra.
 
¡Omnipotente Dios! En otros climas
Vi monstruos execrables,
Blasfemando tu nombre sacrosanto,
Sembrar error y fanatismo impío,
Los campos inundar en sangre y llanto,
De hermanos atizar la infanda guerra,
Y desolar frenéticos la tierra.
Vilos, y el pecho se inflamó a su vista
En grave indignación. Por otra parte
Vi mentidos filósofos, que osaban
Escrutar tus misterios, ultrajarte,
Y de impiedad al lamentable abismo
A los míseros hombres arrastraban.
 
Por eso te buscó mi débil mente
En la sublime soledad: ahora
Entera se abre a ti; tu mano siente
En esta inmensidad que me circunda,
Y tu profunda voz hiere mi seno
De este raudal en el eterno trueno.
¡Asombroso torrente!
¡Cómo tu vista el ánimo enajena,
Y de terror y admiración me llena!
¿Dó tu origen está? ¿Quién fertiliza
Por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Qué poderosa mano
Hace que al recibirte
No rebose en la tierra el Océano?
Abrió el señor su mano omnipotente;
Cubrió tu faz de nubes agitadas,
Dio su voz a tus aguas despeñadas,
Y ornó con su arco tu terrible frente.
¡Ciego, profundo, infatigable corres,
Como el torrente oscuro de los siglos
En insondable eternidad...! ¡Al hombre
Huyen así las ilusiones gratas,
Los florecientes días,
Y despierta al dolor...! ¡Ay! agostada
Yace mi juventud; mi faz, marchita;
Y la profunda pena que me agita
Ruga mi frente, de dolor nublada.
Nunca tanto sentí como este día
Mi soledad y mísero abandono
Y lamentable desamor... ¿Podría
En edad borrascosa
Sin amor ser feliz? ¡Oh! ¡si una hermosa
Mi cariño fijase,
Y de este abismo al borde turbulento
Mi vago pensamiento
Y ardiente admiración acompañase!
¡Cómo gozara, viéndola cubrirse
De leve palidez, y ser más bella
En su dulce terror, y sonreírse
Al sostenerla mis amantes brazos...!
¡Delirios de virtud...! ¡Ay! ¡Desterrado,
Sin patria, sin amores,
Sólo miro ante mí llanto y dolores!
¡Niágara poderoso!
¡Adiós! ¡adiós! Dentro de pocos años
Ya devorado habrá la tumba fría
A tu débil cantor. ¡Duren mis versos
Cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso
Viéndote algún viajero,
Dar un suspiro a la memoria mía!
Y al abismarse Febo en Occidente,
Feliz yo vuele do el Señor me llama,
Y al escuchar los ecos de mi fama,
Alce en las nubes la radiosa frente.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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