EL MAPA NO ES EL TERRITORIO:
NOTAS EN TORNO A LA POESÍA JOVEN DE VALPARAÍSO
Ismael Gavilán Valparaíso, Chile, Septiembre 2004
Dar cuenta de
la poesía escrita en Valparaíso pareciera ser fácil: por un lado, Valparaíso es
una palabra que de una u otra forma, evoca una atmósfera de disolución
sensorial, espontaneidad deslumbradora y asombro permanente para quien descubre
sus calles y cerros de ritmo ondulante. Palabra asociada a un lugar, a un
paisaje, a una manera de ver las cosas en su herrumbre disociativa y natural
es, ciertamente, el sitio perfecto para haber erigido la institucionalidad
cultural de nuestro país (sea lo que signifique eso). Por lo tanto el viejo
ideal romántico de asociar la productividad artística con un espacio
determinado sigue vigente a la hora de ver por vez primera lo que en Valparaíso
o en sus alrededores se escribe en materia poética. Es algo similar a lo
acontecido cuando se deben precisar las pertenencias de cual o tal autor
respecto al país que habitan. De ahí a la pretendida representatividad hay sólo
un paso y a esas clasificaciones de sospechosa factura, tal vez dos: poesía chilena,
poesía peruana, poesía santiaguina, poesía de provincia...poesía porteña (como
si se olvidara que el único habitar posible para un poeta es el lenguaje). Por
otro lado, si unimos eso al viejo mito, también de raigambre romántica, acerca
de la identidad entre la producción artística (la poética en este caso) y el
sujeto que habita un lugar, sin duda obtendremos pingues dividendos a la hora
de desear enmarcar, clasificar o explicar la naturaleza peculiar de cualquier
desarrollo poético de la índole que sea. Por supuesto que clasificar, enmarcar
y explicar no son el paso previo del comprender y mucho menos del entender.
Pero más allá de la evidente sociología de oferta barata que se plantea en
ello, lo que resta son meras aproximaciones para tantear o bosquejar un mapa
que de ninguna manera es definitivo. Y no olvidemos: el mapa nunca es el
territorio.
Tal vez estas
premisas sean necesarias a la hora de dibujar ese concepto siempre aleatorio y
que, hasta nueva innovación y por mera comodidad, denominamos poesía porteña o
también poesía escrita en Valparaíso (y que puede y debe ensancharse a sus
alrededores) De esta escena, lo que nos interesa a la hora de escribir estas
notas, es apreciar a los poetas que caben dentro de un concepto cronológico de
juventud y que con generosidad se encuentran entre los 18 y los 35 años
aproximadamente. ¨(1)
Tan vasto panorama de confluencias vitales y por ende, disímiles, quizás puedan
ser rastreadas desde dos perspectivas cronológicas que, de ninguna manera, son
infalibles. Por un lado tenemos a los poetas que nacidos entre mediados de la
década del 60 y la segunda mitad de la década de los 70, conformarían lo que se
ha denominado generación de los 90. (2)
Por otro tenemos poetas que nacen entre fines de los 70 y mediados de los años
80 y que por mera acomodación llamamos novísimos (3)
Es así que los poetas de Valparaíso pueden ser comprendidos dentro del contexto
mayor de la poesía escrita en Chile en la actualidad como parte de un escena
que, indudablemente, debe plantearse como polifónica, más allá de rastrear
filiaciones de suyo evidentes y a ojos vista, pero que no se encuentran
exploradas y mucho menos sistematizadas. Esas filiaciones requerirían en
nuestra opinión un ejercicio de lectura comparada que debiese asentar sus
premisas en el diálogo entre las producciones textuales de los autores para, a
partir de ahí, establecer o clarificar su encuentro, primero con la poesía
escrita en Chile en las últimas décadas y segundo con la
poesía hispanoamericana y universal. (Nada nuevo ni innovador hay en esto,
pero se nos olvida a veces que la poesía no sólo posee el rostro de la novedad,
sino también la del diálogo de altura y en que, dadas las opciones socio-políticas
de la actualidad, el adanismo resulta ya no ingenuo, sino de mal gusto)
Dadas estas
ideas preliminares es posible apreciar que en Valparaíso, existen actualmente
una serie variada y amplia de poetas que articulan su decir en las perspectivas
cronológicas que se han planteado.
Así, se puede observar, en primer lugar, poetas que entre
fines de los años 80 y que durante la década de los 90 hacen su aparición en
esta escena y que en la actualidad, consolidan sus proyectos individuales de la
más distinta forma. Como enumeración somera y apresurada podemos mencionar a
Sergio Madrid (1967) con Voz de locura 1987; El universo menos el sol 2000;
Elegía para antes de levantarse 2003; Sergio Muñoz (1968) con Lengua muerta
1998; 27 poemas: lengua en blues 2002; Lengua ósea 2003; Enoc Muñoz (1970) con
Pájaros-Lágrimas 1996, Llegar y laberinto 1998, El jardín del mirlo 2002;
Enrique Morales (1970) con Adiós a Ilion 1999; Marcelo Pellegrini (1971) con
Poemas 1996, El árbol donde envejece la muerte 1997, Ocasión de la ceniza 2003,
Partitura de la eternidad 2004; Felipe Hernández (1973) con Reflejos del
aire 1995; Návatar 2000; Ismael Gavilán (1973) con Llamas de quien duerme
en nuestro sueño 1996, Fabulaciones del aire de otros reynos 1999 y 2002; Juan
Eduardo Díaz (1976) con Sombras de Valparaíso 2001; Ángeles ebrios 2002;
Eduardo Jeria (1977) con Persona natural 1999; Cristian Geisse (1977) con
Calabriadas 2003; entre varios más. Sin embargo ya esta lista queda rezagada a
la hora de plantear la necesidad de apertura hacia otras latitudes, pero que no
caben, hasta cierto punto, dentro del concepto Valparaíso como figura o espacio
centrípeto. Esto se deja en evidencia cuando se rastrea la productividad de los
autores recién nombrados y en donde algunos no son residentes de una ciudad
asumida como símbolo, sino que se desplazan hacia otros lugares ya físicos como
mentales (Pellegrini en Estados Unidos, Enoc Muñoz en Alemania, Hernández en
Francia, etc) y que, sin duda, permiten ver la categoría aleatoria de ese
concepto mal denominado poesía porteña, por lo menos como un referente difuso y
quizás hasta equívoco. Tal vez en esos poetas (como en otros de su generación,
oriundos de Santiago: pensamos en Alejandra del Río residente en Alemania, en
Marcelo Río Seco, residente en Estados Unidos, lugar donde han ido a parar por
estudio o destino, David Preiss y Cristián Gómez por ejemplo) el nomadismo
significa un modo de buscar y asumir la individualidad poética, acrecentada a
su vez a través de varios procesos paralelos de identificación, como pueden ser
el ejercicio de la traducción y el de la lectura de rescate de grandes poetas
chilenos del siglo XX (4). A su vez la presencia de algunos
poetas, originalmente pertenecientes al circuito santiaguino y que por diversas
razones se han radicado en la zona o han estado de paso antes de emigrar al
extranjero como son los casos de poetas como Carolina Celis (1977) y Mario
Ortega (1975) que tienen su opera prima ya publicada (Electra de 1996 en el
caso de Celis y La leyenda de las sangre y Animal roto de Ortega de 1995 y
2000, respectivamente) amplían este panorama hasta convertirlo en un
calidoscopio de interesante y no resuelta definición. Por otro lado, esa
apertura se consolida asimismo en varios poetas que residen en la misma región
de Valparaíso, pero que, como opción o destino, han preferido dar cuenta de su
proyecto poético en relación a lo que podría denominarse el valle del Aconcagua.
Tenemos entonces, el contrapunto ideal a una poética porteña (fantasmagórica o
no pensada con la soltura teórica suficiente) y que escarba o explora las
variantes láricas otorgadas por Jorge Teillier. Entre este otro grupo de poetas
es posible dar cuenta, entre varios, de Cristián Cruz (1973) con Pequeño país
2000, Fervor del regreso 2002, La fábula y el tedio 2003; Carlos Hernández
(1973) con La hermosa ruralidad de un sueño, 2001; Marco López (1968) con
Diálogo nocturno, 2003; Camilo Muró (1974) con Álamo, 2002; Patricio Serey
(1974) con Con la razón que me da el ser vivo, 2002 (5)
Notas:
|
El
lector interesado en adentrarse detalladamente en el tema y que desee
tener una visión panorámica en torno a la poesía escrita en Valparaíso, al
menos desde los años 60 en adelante, puede remitirse, por el momento, a los
siguientes textos, hoy por hoy, infaltables (pero no menos discutibles):
Álbum de flora y fauna de Marcelo Novoa, ed Gobierno Regional de Valparaíso,
Valparaíso, 2002; Zona Cero de Álvaro Bisama, ed Gobierno Regional de
Valparaíso, Valparaíso, 2003 y la Introducción a la antología de poetas
porteños efectuada por Carlos Henrickson publicada en revista Aérea n° 7, año
VII, Stgo-Buenos Aires-Valparaíso, 2004.
|
|
Pareciera
ser que la fiebre generacional es, por el momento, la manera más adecuada para
aproximarse tentativamente a la lectura organizada de un corpus siempre
cambiante. Sólo como referencia necesaria que espera su clarificación lúcida,
es posible mencionar respecto a la vigencia del concepto de generación de los
90 los siguientes textos: el ensayo Los náufragos de Javier Bello, el
artículo de Andrés Morales La poesía de los 90 en De palabra y obra ed RIL,
Stgo de Chile, 2003, la Introducción a la Antología de poesía
chilena joven de Francisco Véjar, ed Universitaria, Stgo de Chile, 1999; los
diversos artículos de Julio Ortega que aparecen en Caja de herramientas, ed
LOM, Stgo de Chile, 1998. Entre las revistas creemos que sobresale, por la
diversidad de sus artículos que tratan el tema, la revista
Vértebra números 7-8 , 2002.
|
|
Por
el momento la única referencia que conocemos al respecto es el artículo de
Héctor Hernández Montecinos publicado en la versión electrónica de revista
Plagio en agosto de 2004.
|
|
Si
se tuviese que caracterizar de algún modo a la llamada generación de los 90,
tal vez una forma sería el rastrear en su producción poética, la ingerencia
de dos fenómenos que adquieren al interior de esta generación, ciudadanía
propia: la traducción de poesía de diversas lenguas (inglés, alemán,
italiano) como la lectura de rescate de poetas de antes de los 50, entre
ellos Rosamel del Valle, Eduardo Anguita, Teófilo Cid, etc.
|
|
Referencias
para dar cuenta de estos poetas y de varios más de esta zona de Aconcagua de
la región de Valparaíso, son las antologías Clepsidra, San Felipe, 1997 y
Poesía Nueva de San Felipe de Aconcagua, ed La piedra de La Locura, San
Felipe, 2003.
|
Muy buen tema querido Iván. Muchos saludos y cariños.
ResponderEliminar