martes, 2 de abril de 2013

LUIS DE GÓNGORA Y ARGOTE (1561 – 1627)


 

El cordobés Luis de Góngora fue el máximo exponente del culteranismo de la poesía barroca del Siglo de Oro.

Poeta cumbre de la poesía castellana. Nació en el seno de una familia acomodada y murió en Córdoba. Durante su juventud fue alegre, libertino e, incluso, pendenciero. Estudió en la Universidad de Salamanca. Nombrado racionero en la catedral de Córdoba, desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de viajar por España. Su vida disipada y sus composiciones profanas le valieron pronto una amonestación del obispo (1588). Para los veinte años ya debiera estar ordenado de sacerdote, pero, a causa de su vida licenciosa, no llegó a ser sacerdote hasta los cincuenta años.

En 1603 se hallaba en la corte, que había sido trasladada a Valladolid, buscando con afán alguna mejora de su situación económica. En esa época escribió algunas de sus más ingeniosas letrillas, trabó una fecunda amistad con Pedro Espinosa y se enfrentó en terrible y célebre enemistad con su gran rival, Francisco de Quevedo. Instalado definitivamente en la corte a partir de 1617, fue nombrado capellán en Madrid, de Felipe III, lo cual, como revela su correspondencia, no alivió sus dificultades económicas, que lo acosarían hasta la muerte.

Viajó mucho por toda España: Madrid, Salamanca, Granada, Cuenca, Toledo. Asistió a muchas tertulias y academias literarias. De carácter arisco, criticó a muchos poetas de su tiempo y, a su vez, fue criticado por ellos. Murió de apoplejía a los 65 años, aunque años antes ya había perdido la memoria.

Aunque en su testamento hace referencia a su «obra en prosa y en verso», no se ha hallado ningún escrito en prosa, salvo las 124 cartas que conforman su epistolario, testimonio valiosísimo de su tiempo. A pesar de que no publicó en vida casi ninguna de sus obras poéticas, éstas corrieron de mano en mano y fueron muy leídas y comentadas.

En sus primeras composiciones (hacia 1580) se adivina ya la implacable vena satírica que caracterizará buena parte de su obra posterior. Pero al estilo ligero y humorístico de esta época se le unirá otro, elegante y culto, que aparece en los poemas dedicados al sepulcro del Greco o a la muerte de Rodrigo Calderón. En la Fábula de Píramo y Tisbe (1617) se producirá la unión perfecta de ambos registros, que hasta entonces se habían mantenido separados.

En su poesía se distinguen dos períodos: el tradicional, en que hace uso de los metros cortos y temas ligeros. Para ello usa canciones, tercetos, décimas, romances, letrillas, etc. Este período va hasta el año 1610, en que cambia rotundamente para volverse culterano, haciendo uso de metáforas difíciles, empleando mucha mitología griega, utilizando para ello muchos neologismos, hipérbaton, etc. haciendo, a veces, muy difícil su lectura.

Entre 1612 y 1613 compuso los poemas extensos Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, ambos de extraordinaria originalidad, tanto temática como formal. Las críticas llovieron sobre estas dos obras, en parte dirigidas contra las metáforas extremadamente recargadas, y a veces incluso «indecorosas» para el gusto de la época. En un rasgo típico del Barroco, pero que también suscitó polémica, Góngora rompió con todas las distinciones clásicas entre géneros lírico, épico e incluso satírico. Juan de Jáuregui compuso su Antídoto contra las Soledades y Quevedo lo atacó con su malicioso poema Quien quisiere ser culto en sólo un día... Sin embargo, Góngora se felicitaba de la incomprensión con que eran recibidos sus intrincados poemas extensos: «Honra me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes, que ésa es la distinción de los hombres cultos».


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