El
cordobés Luis de Góngora fue el máximo exponente del culteranismo de la poesía
barroca del Siglo de Oro.
Poeta cumbre de la
poesía castellana. Nació en el seno de una familia acomodada y murió en Córdoba.
Durante su juventud fue alegre, libertino e, incluso, pendenciero. Estudió en
la Universidad de Salamanca. Nombrado racionero en la catedral de Córdoba,
desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de viajar por
España. Su vida disipada y sus composiciones profanas le valieron pronto una
amonestación del obispo (1588). Para los veinte años ya debiera estar ordenado
de sacerdote, pero, a causa de su vida licenciosa, no llegó a ser sacerdote
hasta los cincuenta años.
En 1603 se hallaba en
la corte, que había sido trasladada a Valladolid, buscando con afán alguna
mejora de su situación económica. En esa época escribió algunas de sus más
ingeniosas letrillas, trabó una
fecunda amistad con Pedro Espinosa y se enfrentó en terrible y célebre
enemistad con su gran rival, Francisco de Quevedo. Instalado definitivamente en
la corte a partir de 1617, fue nombrado capellán en Madrid, de Felipe III, lo
cual, como revela su correspondencia, no alivió sus dificultades económicas,
que lo acosarían hasta la muerte.
Viajó mucho por toda España: Madrid,
Salamanca, Granada, Cuenca, Toledo. Asistió a muchas tertulias y academias
literarias. De carácter arisco, criticó a muchos poetas de su tiempo y, a su
vez, fue criticado por ellos. Murió de apoplejía a los 65 años, aunque años
antes ya había perdido la memoria.
Aunque en su
testamento hace referencia a su «obra en prosa y en verso», no se ha hallado
ningún escrito en prosa, salvo las 124 cartas que conforman su epistolario,
testimonio valiosísimo de su tiempo. A pesar de que no publicó en vida casi
ninguna de sus obras poéticas, éstas corrieron de mano en mano y fueron muy
leídas y comentadas.
En sus primeras composiciones
(hacia 1580) se adivina ya la implacable vena satírica que caracterizará buena
parte de su obra posterior. Pero al estilo ligero y humorístico de esta época
se le unirá otro, elegante y culto, que aparece en los poemas dedicados al
sepulcro del Greco o a la muerte de Rodrigo Calderón. En la Fábula de Píramo
y Tisbe (1617) se producirá la unión perfecta de ambos registros, que hasta
entonces se habían mantenido separados.
En su poesía se distinguen dos períodos: el
tradicional, en que hace uso de los metros cortos y temas ligeros. Para ello
usa canciones, tercetos, décimas, romances, letrillas, etc. Este período va hasta el año 1610, en que cambia
rotundamente para volverse culterano, haciendo uso de metáforas difíciles,
empleando mucha mitología griega, utilizando para ello muchos neologismos, hipérbaton,
etc. haciendo, a veces, muy difícil su lectura.
Entre 1612 y 1613
compuso los poemas extensos Soledades y la Fábula de Polifemo y
Galatea, ambos de extraordinaria originalidad, tanto temática como formal.
Las críticas llovieron sobre estas dos obras, en parte dirigidas contra las
metáforas extremadamente recargadas, y a veces incluso «indecorosas» para el
gusto de la época. En un rasgo típico del Barroco, pero que también suscitó
polémica, Góngora rompió con todas las distinciones clásicas entre géneros
lírico, épico e incluso satírico. Juan de Jáuregui compuso su Antídoto
contra las Soledades y Quevedo lo atacó con su malicioso poema Quien
quisiere ser culto en sólo un día... Sin embargo, Góngora se felicitaba de
la incomprensión con que eran recibidos sus intrincados poemas extensos: «Honra
me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes, que ésa es la distinción de los
hombres cultos».
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